El helado de la amabilidad



Había una vez un niño llamado Verano Flor, quien vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos campos de flores. Verano era dulce y amable con todos los que conocía, pero su familia no tenía mucho dinero.

Un día, mientras caminaba por el pueblo, Verano vio a un grupo de niños jugando en el parque. Todos ellos tenían helados deliciosos y coloridos en sus manos.

Verano se acercó tímidamente al grupo y les preguntó dónde habían conseguido esos ricos helados. "¡Los compramos en la nueva heladería del centro!", respondió uno de los niños. Verano se dio cuenta de que no tenía dinero para comprar un helado y sintió mucha tristeza.

Sin embargo, decidió buscar una solución creativa a su problema. Al día siguiente, Verano se levantó temprano y salió al campo a reagarrar flores hermosas. Sabía que las flores podían tener algún valor para alguien que las apreciara tanto como él lo hacía.

Recorrió todos los rincones del pueblo ofreciendo sus flores a cambio de unas monedas para poder comprar su tan anhelado helado.

A medida que avanzaba por las calles, recibió muchas sonrisas y palabras amables por parte de quienes aceptaban sus flores. Pero nadie parecía querer comprarlas. Desanimado, Verano llegó al centro del pueblo sin haber vendido ninguna flor.

Se sentó en un banco cerca de la heladería con lágrimas en los ojos mientras veía cómo otros niños disfrutaban sus ricos helados. En ese momento, una señora mayor se acercó a él con una sonrisa amable en el rostro. Le preguntó por qué estaba tan triste y Verano le contó su historia.

La señora se conmovió por la determinación y creatividad de Verano, así que decidió ayudarlo. Le compró todas las flores que había recogido y luego lo invitó a entrar a la heladería.

Allí dentro, Verano se sorprendió al encontrarse con todos los niños del pueblo, incluyendo aquellos a quienes les había ofrecido sus flores antes. Resulta que la señora era dueña de la heladería y había organizado un evento especial para premiar a Verano por su espíritu emprendedor.

"¡Verano Flor, eres un niño dulce y valiente! Queremos darte este premio", dijo la señora mientras le entregaba una tarjeta dorada. Verano abrió la tarjeta emocionado y leyó: "Por tu determinación y generosidad, recibirás helados gratis durante todo el verano".

Los niños aplaudieron entusiasmados mientras Verano sonreía de oreja a oreja. Se dio cuenta de que no necesitaba dinero para ser rico; su riqueza venía de su bondad, creatividad y amor hacia los demás.

Desde ese día en adelante, Verano Flor siguió repartiendo flores por el pueblo pero ahora como regalos especiales para alegrar el día de las personas. Y cada vez que visitaba la heladería, recordaba cómo sus acciones habían sido reconocidas y valoradas.

Y así fue como Verano Flor aprendió que no importa cuánto dinero tengas o cuántas cosas materiales poseas, lo más importante es ser amable, generoso y nunca dejar de soñar. Porque a veces, los sueños más grandes se hacen realidad cuando menos te lo esperas.

FIN.

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