El Helado de la Amistad



Era un caluroso día de verano y Lautaro y yo estábamos sentados bajo la sombra de un frondoso árbol en el parque, disfrutando de unos deliciosos helados. Lautaro, sin embargo, parecía un poco apagado.

- ¿Te pasa algo, Lautaro? - le pregunté mientras saboreaba mi helado de menta.

- No sé... - contestó, mirando al suelo - Hoy nadie quiere jugar conmigo en el Recreo. Todos prefieren jugar al fútbol y yo no soy muy bueno en eso.

- Pero a mí me gustaría jugar contigo - le respondí, tratando de animarlo.

- Juan Marcos es el mejor en el fútbol y siempre juega con él. No sé por qué no me eligen a mí. - su voz sonó más triste.

Justo en ese momento, apareció Juan Marcos. Era un amigo del barrio, conocido por su energía y buen humor.

- ¡Hola chicos! ¿Qué tal? - exclamó mientras se acercaba.

- ¡Hola, Juan Marcos! - dijimos al unísono.

Juan Marcos notó que Lautaro estaba un poco desanimado y se sentó junto a nosotros.

- ¿Por qué esa cara larga, Lautaro? - preguntó con curiosidad.

- Es que no me eligen para jugar en el Recreo, ni en el fútbol - contestó Lautaro, con una expresión de tristeza.

Juan Marcos sonrió y dijo:

- ¡Eso no tiene que desanimarte! Todos tenemos diferentes talentos. A veces, ser bueno en un deporte no lo es todo.

- ¿Pero qué se supone que yo debo hacer? - Lautaro se veía confundido.

- Bueno - dijo Juan Marcos, pensando - ¿Sabés que sos muy buen dibujante? Podrías hacer dibujos para decorar el patio y a la gente le encanta.

La idea iluminó los ojos de Lautaro.

- ¡Es verdad! A todos les gustan mis dibujos. Podría hacer una gran pancarta para el próximo partido.

- Exacto - continuó Juan Marcos - ¡Imaginá lo divertido que sería! Y ¿quién sabe? Tal vez al hacerlo, más chicos quieran jugar contigo después.

- ¡Me gusta la idea! - dijo Lautaro, comenzando a sonreír

Entonces, nosotros tres decidimos trabajar juntos en algo especial. Pasamos las siguientes horas creando la pancarta, mientras que Juan Marcos y yo le dábamos ideas y fue, sin duda, una de las mejores tardes.

Al día siguiente, en el Recreo, Lautaro llegó con su pancarta de colores, repleta de dibujos y frases alegóricas. Todo el mundo se detuvo a admirarla.

- ¡Es increíble, Lautaro! - gritaron algunos chicos.

- ¡Vamos a jugar con vos! - dijeron otros.

Lautaro no podía creerlo. En un abrir y cerrar de ojos, se había convertido en el centro de atención.

Y así fue como, gracias al apoyo de su amigo y su propio talento, Lautaro encontró su lugar en la diversión. Desde ese día, el fútbol se volvió aún más divertido, no solo porque podían jugar juntos, sino porque nadie había dejado atrás lo valioso que era cada uno de los amigos en el grupo.

Al final del día, el parque estaba lleno de risas, y siempre que alguien se sentía un poco excluido, todos recordaban lo importante que era valorar lo que cada uno podía aportar a la mesa.

La amistad y el respeto entre compañeros superaron las reglas del juego y unieron al grupo de una manera que nadie podría haber imaginado. ¡Incluso Juan Marcos, que era el mejor sin duda, aprendió que no todo se trata de ganar!

- Gracias, chicos - dijo Lautaro mientras compartíamos otro helado - Ustedes son los mejores amigos que uno podría tener.

FIN.

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