El hogar de los ratones


Había una vez un joven llamado Mateo que vivía en un pequeño pueblo. Mateo era muy pobre y no tenía donde vivir, así que pasaba sus días vagando por las calles sin rumbo fijo.

Un día, mientras caminaba por el centro del pueblo, vio a un grupo de niños jugando en el parque. Se acercó tímidamente y les preguntó si podía unirse a ellos. -¡Claro! -respondieron los niños con entusiasmo.

Mateo se divirtió mucho jugando con los otros niños. Juntos construyeron castillos de arena, corrieron carreras y se columpiaron en los juegos del parque. Durante ese tiempo, Mateo olvidó por completo su situación de pobreza.

Al caer la tarde, los niños comenzaron a regresar a sus hogares. Mateo quedó solo nuevamente y no sabía dónde pasar la noche. Triste y desesperado, decidió buscar refugio en algún lugar abandonado.

Caminando por las calles oscuras del pueblo, Mateo llegó a una vieja casa abandonada al final de la callejuela. Decidió entrar para resguardarse del frío. Dentro de la casa había telarañas colgando del techo y muebles rotos esparcidos por todas partes.

Aunque no era el lugar más cómodo ni seguro para dormir, era lo único que tenía. Mientras intentaba encontrar un rincón donde dormir, escuchó unos ruidos extraños provenientes del sótano. Con curiosidad e intriga se acercó para investigar qué estaba pasando allí abajo.

Al bajar las escaleras hacia el sótano, Mateo descubrió algo sorprendente. Había un grupo de ratones trabajando arduamente para construir su hogar. Estaban recolectando trozos de tela y papel para hacer camitas acogedoras.

Los ratones se percataron de la presencia de Mateo y se asustaron, pero él les aseguró que no quería hacerles daño. -Perdón por interrumpirlos. Soy Mateo y no tengo donde vivir. ¿Podrían permitirme quedarme aquí con ustedes? -preguntó tímidamente. Los ratones se miraron entre sí antes de responder.

Finalmente, el líder del grupo dijo:-Si puedes ayudarnos a construir nuestras casitas, serás bienvenido a quedarte con nosotros. Mateo aceptó encantado la propuesta y durante los siguientes días trabajó junto a los ratones en la construcción de sus hogares.

Utilizaron cajas viejas, telas y papeles para crear pequeñas casitas acogedoras para cada uno. A medida que avanzaba el trabajo, Mateo comenzó a sentirse parte de una familia.

Los ratones le enseñaron sobre la importancia del trabajo en equipo y cómo encontrar soluciones creativas ante las dificultades. Un día, mientras terminaban las últimas casitas, un vecino del pueblo pasó por la casa abandonada y vio el increíble trabajo realizado por Mateo y los ratones.

Impresionado por su habilidad para transformar un lugar desolado en un hogar acogedor, el vecino decidió ayudar a Mateo ofreciéndole un techo sobre su cabeza en su propia casa. Desde ese día, Mateo dejó atrás su vida de vagabundo y comenzó a vivir con el vecino.

Pero nunca olvidó la lección que aprendió de los ratones: que siempre hay esperanza y oportunidades, incluso en los momentos más difíciles.

Y así, Mateo vivió una vida llena de gratitud y generosidad, recordando siempre cómo unos pequeños ratones le enseñaron el verdadero valor del trabajo en equipo y la importancia de encontrar soluciones creativas ante las adversidades.

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