El Hombre de Jengibre y los Deseos de los Ancianos


Había una vez, en lo profundo del bosque, una pequeña choza donde vivían dos ancianos, Don Emilio y Doña Rosa. A pesar de no tener hijos propios, su amor los mantenía felices. Doblemente conscientes de su soledad, anhelaban tener un hijo. Un día, Doña Rosa tuvo una idea brillante.

- Emilio, haré un hombre de jengibre para que sea nuestro hijo -dijo Doña Rosa con entusiasmo.

Con ingenio y paciencia, moldeó el hombre de jengibre y lo puso en el horno. Para sorpresa de los ancianos, el horno comenzó a brillar y a llenar la choza con un olor dulce y delicioso.

Cuando abrieron el horno, el hombre de jengibre cobró vida. Les agradeció por darle la oportunidad de existir y prometió cumplir los deseos de sus creadores. Los ancianos estaban felices de tener a su hijo de jengibre, quien les traía alegría y compañía.

Un día, el hombre de jengibre les dijo que quería explorar el mundo. Aunque tristes, los ancianos asintieron. Al poco tiempo, las noticias de un hombre de jengibre bondadoso y valiente viajaban por todo el reino. Muchos lo admiraban, pero él siempre recordaba a sus padres ancianos.

Un día, regresó a la choza con regalos para sus padres. Les dijo que, en su viaje, había aprendido que el amor y el cariño no tenían límites, ni edad, ni apariencia. Les agradeció por darle la oportunidad de vivir y por el amor que le habían brindado. Los ancianos entendieron que, aunque no tuvieran hijos biológicos, habían formado una hermosa familia. El hombre de jengibre continuó visitándolos y, juntos, compartieron momentos felices en su pequeña choza.

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