El Hombre de los Dientes Amarillos



Había una vez, en un encantador territorio indígena de Costa Rica, un hombre llamado Juan. Era un hombre bondadoso, conocido por su risa contagiosa y por contar historias fascinantes a los niños del pueblo. Sin embargo, había un pequeño problema: Juan había perdido todos sus dientes. Su sonrisa era ahora un poco diferente, pero él no dejaba que eso lo detuviera.

Un día, mientras Juan meditaba junto al arroyo, tuvo una visión. En su mente apareció una luz brillante y una voz resonante que decía: -Juan, yo puedo devolverte tus dientes. Tienen dos colores: uno es gris como la piedra, y el otro es amarillo claro como el maíz. ¿Cuál eliges?

Juan pensó por un momento. -¿Amarillo claro como el maíz? ¡Eso suena hermoso! -decidió, entusiasmado.

Así, al día siguiente, Juan despertó y vio que su boca estaba llena de dientes amarillos, como pequeños granos de maíz. -¡Mirá, mirá! -exclamó mientras corría al pueblo. Todos quedaron asombrados al ver la nueva sonrisa de Juan.

Sin embargo, con el tiempo, Juan comenzó a descuidar sus dientes. No prestaba atención a la limpieza y, en su apuro por contar historias, se olvidó de cuidar su nueva sonrisa. Un día, mientras disfrutaba de un rico desayuno, Juan notó algo extraño. Un pequeño gusano, emocionado por lo dulces que eran los dientes amarillos, se había mudado a su boca y empezó a hacer de las suyas.

-¡Ay! -gritó Juan, al sentir que un diente comenzaba a moverse. -¡¿Quién se atreve a dañar mi nueva sonrisa? !

El gusano, sorprendido por el alboroto, salió de su escondite y respondió: -¡Perdón, Juan! No era mi intención. Tus dientes son tan ricos que no pude resistirme.

Juan, al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, se puso a pensar. -Tal vez si los cuidara mejor, no tendríamos que preocuparnos por esto. ¿Qué te parece, amigo gusano, si te muestro cómo cuidar mis dientes? -sugirió Juan con amabilidad.

El gusano asintió, y juntos comenzaron a hablar sobre la importancia del cuidado dental. Juan aprendió sobre la limpieza y la responsabilidad, mientras el gusano le prometió no volver a dañar sus dientes si él se comprometía a cuidarlos.

Pasaron los días, y Juan no solo cuidó sus dientes amarillos, sino que también comenzó a contarle a toda la comunidad sobre la importancia de mantener la higiene bucal. -Escuchen, amigos, así como hay que cuidar nuestros dientes, también debemos cuidar las cosas que amamos -diría Juan en cada cuento.

Los niños del pueblo comenzaron a visitarlo a menudo. -¿Nos puedes mostrar cómo cuidarlos, Juan? -preguntaban emocionados. Así, Juan se convirtió en un gran maestro, enseñando a su comunidad sobre la salud dental y la importancia de cuidar lo que se recibe.

Y aunque el gusano nunca volvió, se transformó en una lección que nunca olvidarían: los dientes, sean de cualquier color, necesitan amor y cuidados. Así, Juan sonreía orgulloso, ya no solo por sus dientes amarillos, sino también porque había aprendido a cuidar de sí mismo y de las pequeñas cosas de la vida.

Desde entonces, se dijo que la sonrísa de Juan no era sólo para él, sino para compartirla con el mundo, recordándoles a todos que cada día es una oportunidad para cuidar de lo que tenemos y enseñar a los más pequeños.

Y así, en aquel territorio indígena lleno de maíz y risas, la historia de Juan y su sonrisa amarilla se contaba de generación en generación, como un bello recordatorio de que cuidarse a uno mismo y compartir el amor es lo que realmente importa.

FIN.

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