El Hombre Lobo del Edificio Abandonado



Había una vez, en un barrio olvidado de la ciudad, un edificio antiguo y abandonado que parecía tener vida propia. Este edificio, lleno de ventanas rotas y puertas chirriantes, era hogar de un curioso ser: un hombre lobo llamado Lucho. Aunque Lucho tenía un aspecto un poco aterrador con su gran pelaje gris y ojos amarillos que brillaban en la oscuridad, en el fondo era un buen tipo.

Lucho pasaba sus días solo, escuchando las voces del viento que se colaban por las ventanas. Sin embargo, cada vez que caía la noche, esas voces tomaban un giro más siniestro.

"¿Quién está ahí?" - preguntaba Lucho, temblando un poco, mientras se asomaba por una ventana.

"Eres el mejor hombre lobo que la ciudad ha visto" - susurraban las sombras.

"Pero... no quiero ser un hombre lobo, solo quiero ser amigo de todos" - Lucho respondía, asustado.

Los habitantes del barrio creían que el edificio estaba embrujado y lo evitaban. Lucho se sentía triste y muy solo. Un día, tras escuchar las voces más intensamente que nunca, decidió que necesitaba ayuda. Así que, con un profundo suspiro, se armó de valor y salió del edificio.

A medida que caminaba por la calle, los niños del vecindario lo miraban con curiosidad y un poco de miedo. Entonces, Lucho se acercó a un grupo de ellos que jugaba a la pelota.

"Hola, soy Lucho, el hombre lobo del edificio abandonado. No les quiero hacer daño, solo quiero ser su amigo" - se presentó nerviosamente.

Los niños se miraron entre ellos, sorprendidos, y lentamente se acercaron.

"No queremos jugar con un hombre lobo" - dijo una niña llamada Sofía, con un brillo en los ojos.

"Pero yo solo quiero jugar, no muerdo. Solo tengo que aprender a controlar mi fuerza" - explicó Lucho.

"¿Cómo podemos saber que no nos asustarás?" - preguntó Tomás, un niño osado.

Lucho respiró hondo y comenzó a contarles su historia. Habló de cómo había llegado a ser un hombre lobo por un viejo hechizo y de su deseo más profundo de ser parte del mundo, de compartir risas y juegos. Mientras hablaba, sus ojos brillaban con sinceridad.

"Los veo jugar y me encantaría unirme a ustedes, pero a veces me da miedo hacerles daño" - Lucho dijo con tristeza.

Los niños escuchaban atentamente, y poco a poco, empezaron a sentir empatía.

"Si prometes ser cuidadoso, podemos intentarlo" - dijo un niño llamado Lucas, con una sonrisa abierta.

"¡Sí!" - gritaron los demás.

Así, ese día, Lucho jugó con los niños por primera vez. Hicieron carreras, se pasaban la pelota y reían juntos. Lucho, lleno de alegría, sentía que el miedo se desvanecía con cada risa y cada abrazo.

Con el tiempo, los niños se dieron cuenta de que Lucho no era alguien a quien temer, sino un amigo leal.

"Siempre estaré con ustedes, y jamás dejaré que se sientan solos o asustados. Esto es lo que significa ser un amigo" - decía Lucho, feliz.

Así, el hombre lobo encontró su lugar en la comunidad, demostrando que a veces, detrás de las apariencias, se esconde un gran corazón, y que lo único que se necesita es un poco de comprensión y amor para superar el miedo.

Desde ese día, el edificio abandonado dejó de ser un lugar de terror y se convirtió en un hogar lleno de risas, donde el hombre lobo y los niños jugaban juntos, recordando siempre que ser diferente no es malo y que la amistad puede romper cualquier barrera.

Y así, Lucho y los niños aprendieron que juntos podían enfrentar cualquier miedo y hacer del mundo un lugar mejor.

FIN.

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