El Hombre que Olvidó Jugar



Había una vez en una ciudad bulliciosa, un hombre llamado Juan que era conocido por todos como "el trabajador incansable". Desde que despertaba hasta que se iba a dormir, Juan estaba con la cabeza en la computadora, buscando maneras de cumplir con las exigencias de su jefe, el Sr. Rodríguez, que siempre decía:

"Juan, necesito esto para ayer."

Y así, día tras día, Juan dejaba de lado a su esposa, Ana, y a su pequeño hijo, Tomás.

"Papá, ¿puedes jugar conmigo esta tarde?" le preguntó Tomás un día, mientras Juan leía correos en su teléfono.

"No puedo, hijo. Tengo mucho trabajo. Luego te prometo que jugamos."

Pero ese —"luego"  nunca llegaba. La casa estaba llena de juguetes sin ser usados, y las risas de Tomás se apagaban con cada ausencia de su padre. Ana, por su parte, se sentía sola y triste, esperando que Juan regresara a ser el marido cariñoso que una vez había sido.

Un día, mientras Juan trabajaba sin parar, empezó a sentir que algo extraño le pasaba. Su cuerpo parecía moverse sin vida, como si fuera un robot que no podía detenerse. Sin darse cuenta, se fue transformando poco a poco.

"¿Qué me está pasando?" se preguntó una mañana, al mirar su reflejo en el espejo. Su rostro estaba pálido y su sonrisa había desaparecido.

Esa noche, mientras creía que podía seguir así, se quedó dormido sobre su mesa de trabajo. En sus sueños, un pequeño robot llamado Botín apareció.

"Hola, Juan. ¿Por qué no juegas con tu hijo?" preguntó Botín.

"No tengo tiempo..." respondió Juan con voz apagada.

"El tiempo no se mide solo en horas de trabajo. A veces, el mejor trabajo es el que hacemos en familia, recordá eso."

Al despertar, las palabras de Botín resonaron en su mente. Juan decidió que era hora de hacer un cambio. Esa misma mañana, le prometió a Tomás:

"Hijo, hoy vamos a jugar. Voy a hacer un espacio en mi día para ustedes."

Tomás sonrió con ojos brillantes.

"¡Genial, papá! Vamos a construir la fortaleza de almohadas."

Y así, juntos, comenzaron a construir la fortaleza. Juan se sintió vivo, riendo y jugando con su hijo. Después de un rato, Ana los vio desde la cocina y se unió a ellos.

"¡Qué lindo verlos así! ¿Puedo ser parte de la fortaleza también?" dijo mientras se acomodaba entre las almohadas.

En ese momento, Juan comprendió que la vida no solo se trataba de trabajar. Se trataba de disfrutar cada instante con la gente que amaba. Y aunque su jefe lo siguió apurando, Juan encontró un equilibrio perfecto entre su trabajo y su familia.

A medida que pasaron las semanas, Juan no solo mejoró su relación con Ana y Tomás, sino que también motivó a sus compañeros de trabajo a hacer lo mismo. Comenzaron a organizar juegos en la oficina y a ahorrar tiempo para salir a despejar la mente y charlar entre ellos.

El cambio fue tan positivo que el Sr. Rodríguez, sorprendido, preguntó:

"Juan, ¿qué has hecho para que todos sean tan felices y productivos?"

"He aprendido que la felicidad en la familia se traduce en trabajo en equipo. No se puede trabajar solo."

Desde entonces, Juan nunca más fue un robot. Se convirtió en un hombre lleno de amor, risas y creatividad, disfrutando de cada momento con su familia. Y así, la ciudad conoció no solo al trabajador incansable, sino también al papá y esposo divertido y cariñoso. Y así vivieron, felices y llenos de amor.

Y así, todos aprendieron que en la vida hay un tiempo para trabajar, pero también hay un tiempo para jugar, reír y disfrutar. Y ese equilibrio es la clave de la verdadera felicidad.

FIN.

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