El Hombre que Redescubrió la Navidad
Érase una vez un hombre llamado Pablo, que vivía en un pequeño pueblo donde la Navidad era una de las festividades más esperadas del año. Sin embargo, Pablo no creía en el espíritu navideño. Para él, era solo una excusa para consumir y gastar dinero. Cada diciembre, la gente del pueblo decoraba sus casas y se reunía para celebrar, mientras que Pablo se encerraba en su hogar, empeñado en evitar toda alegría navideña.
Un día, mientras paseaba por el parque, escuchó a un grupo de niños riendo y jugando. Los pequeños estaban armando un enorme árbol de Navidad con luces y adornos.
"¡Mirá eso! ¡Qué gasto inútil!" - murmuró Pablo para sí, con desdén.
Pero uno de los niños, Mateo, lo escuchó.
"¡Hola, señor! ¿No quiere ayudarnos? Estamos decorando para la Navidad, es muy divertido!" - exclamó with entusiasmo.
"Divertido, ¿dices? ¡Es solo un montón de cosas innecesarias!" - respondió Pablo, cruzado de brazos.
Los niños, sin desanimarse, sonrieron y siguieron con su tarea. Uno de ellos, Ana, acercándose, le dijo.
"Yo creo que la Navidad es más que solo adornos. Es un momento para estar juntos, para compartir y disfrutar. No se trata solo de lo material."
Pablo se sintió un poco incómodo. Nunca había pensado en la Navidad de esa manera. Pero decidió evitar el tema y se marchó del parque.
Esa noche, mientras trataba de descansar, escuchó un ruido en la calle. Salió a ver qué pasaba y encontró a los niños nuevamente, esta vez cantando villancicos. Él se quedó observando en silencio. Algo en sus voces lo conmovió.
Al día siguiente, mientras caminaba por el mercado, notó que las personas sonreían más y se saludaban con una amabilidad que no había visto antes. En la tienda de don Manuel, el panadero, vio una caja llena de galletitas navideñas.
"¿Qué van a hacer con todas estas galletitas, don Manuel?" - preguntó curiosidad mientras olfateaba el aroma dulce.
"Las vamos a llevar a los hogares de los abuelos y a los niños que no tienen tanto en estas fiestas. ¡Es una manera de compartir!" - respondió don Manuel, sonriendo.
Pablo sintió algo extraño moverse dentro de él. Durante años, había visto la Navidad como algo negativo, pero ahora comenzaba a ver una chispa de algo más.
Mientras continuaba sus paseos por el pueblo, no pudo evitar notar cómo las personas se ayudaban entre sí; unos llevaban comida a los que no podían salir, otros compartían juguetes.
Un día, se encontró con Mateo y Ana otra vez. Se acercó a ellos y dijo:
"Quisiera ayudar con su árbol, quizás no esté tan mal compartir..."
Los ojos de los niños se iluminaron.
"¡Claro, señor Pablo! Será muy divertido!" - dijeron al unísono.
Desde ese día, Pablo comenzó a decorar con los niños. Aprendió a hacer adornos de papel y a crear cadenas de luces coloridas. Se sentía cada vez más parte de algo grande, algo que iba más allá de lo material.
Finalmente, llegó el día de la Navidad. El pueblo estaba lleno de luces y risas. Todo el mundo se reunió alrededor del árbol decorado, que ahora tenía un brillo especial gracias al esfuerzo de Pablo.
"Gracias por invitarnos, señor Pablo," - dijo Ana con una sonrisa radiante.
"No, gracias a ustedes por abrirme los ojos. La Navidad es más que solo adornos… ¡Es estar juntos!" - contestó él, sintiéndose lleno de alegría.
El hombre que una vez solo vio lo negativo en la Navidad ahora la celebraba con gusto. Había encontrado la felicidad en compartir, en dar y en estar con los demás. Así, Pablo nunca volvió a ver la Navidad de la misma manera y cada año esperaba con ansias volver a vivir esa experiencia mágica, no por los regalos, sino por lo que realmente significaba.
Y así, en aquel pequeño pueblo, la Navidad adquirió un nuevo sentido, todo gracias a la curiosidad y el encanto de unos niños que supieron abrir el corazón de un hombre que no creía.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.