El Hombre Vago y el Lobo



Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes, un hombre llamado Carlos, conocido por muchos como el hombre vago. Todos los días, Carlos salía de su casa justo al amanecer, vestido con su sombrero de paja y una camisa arrugada, mientras su esposa, Ana, se quedaba en casa esperando su regreso. Aunque él afirmaba ir a trabajar, en realidad, su jornada consistía en pasear y no hacer mucho en el campo.

Cuando Carlos volvía a casa, Ana lo recibía con una sonrisa.

"Hola, querido. ¿Cómo te fue hoy?"

"Muy bien, Ana. Trabajé en el campo todo el día", respondía Carlos, mintiendo.

Pero un día, Ana decidió que era momento de descubrir qué hacía realmente su esposo en sus supuestos días de trabajo. Así que, armándose de valor, decidió seguirlo desde la mañana.

Carlos salió de casa como siempre, y Ana lo siguió a una distancia prudente. Caminó tras él mientras él se paseaba por los caminos del campo, charlando con otros aldeanos y disfrutando de la vida sin preocupaciones.

Cuando Carlos llegó a un claro en el bosque, se sentó bajo un árbol y sacó un libro que había traído. Con una sonrisa satisfecha, comenzó a leer, mientras los pájaros cantaban a su alrededor. Ana, escondida detrás de un arbusto, no podía creer lo que estaba viendo.

Poco después, un lobo se apareció. En lugar de asustarse, Carlos lo miró y le dijo:

"Hola, amigo. ¿Te gustaría escucharme leer un rato?"

Ana quedó asombrada al ver cómo el lobo se sentaba a su lado, prestando atención a las palabras de su esposo.

"Carlos, ¿no deberías estar trabajando?" pensó Ana para sí.

El lobo, con su voz profunda, interrumpió el silencio.

"Carlos, amigo, no pasarás mucho tiempo por aquí si no trabajas en tu campo. La tranquilidad no llena la barriga, ¿verdad?"

"¡Oh, lobo!" exclamó Carlos,

"Pero me gusta tanto leer y descansar. El trabajo duro es para otros, ¡yo disfruto mi tiempo libre!"

El lobo hizo una pausa, reflexionando.

"Está bien disfrutar del tiempo libre, pero no deberías olvidar tus responsabilidades. Si no cuidas de tu campo, ¿cómo tendrás comida para ti y Ana cuando llegue el invierno?"

Carlos se sintió incómodo.

"¡Pero hoy no quiero preocuparme!"

Ana, desde su escondite, ya había escuchado suficiente y decidió aparecer. Con valentía, salió a la luz.

"Carlos, ahora sé la verdad. No trabajas en el campo. Solo te paseas y lees libros. Pero, ¿qué pasará cuando necesitemos comida?"

Carlos, sorprendido al ser descubierto, se rasguñó la cabeza.

"Pero Ana, pensé que no te importaba mucho. Siempre encuentras un modo de arreglártelas, ¿no?"

"No, querido. Quiero que hagas lo que realmente debes hacer. Tal vez podamos trabajar juntos y convertir ese campo en un lugar mágico."

Carlos miró al lobo, que asintió con aprobación.

"Ana tiene razón. Tal vez sea hora de que tome en serio mis responsabilidades", dijo Carlos.

Entonces, decidió que al día siguiente empezaría a trabajar en su campo. Se levantó temprano, junto a Ana, y juntos comenzaron a limpiar el terreno, sembrar semillas y cuidar de la tierra. Con el dominio del trabajo, el campo floreció y pronto tuvieron una cosecha abundante.

Un día, mientras estaban cosechando, el lobo vino a visitarlos.

"¡Miren qué hermoso está todo!" dijo el lobo, sorprendido.

"¡Todo esto fue gracias a ti, amigo lobo!" respondió Carlos.

"No, todo fue gracias a que elegiste trabajar. A veces, un pequeño empujón es todo lo que se necesita", dijo el lobo con una sonrisa.

Desde ese día, Carlos dejó de ser el hombre vago y se convirtió en un gran agricultor, dedicándose a cuidar su tierra junto a Ana. Aprendió que la responsabilidad trae satisfacción y que el trabajo en equipo siempre es mejor.

Y así, vivieron felices, con su campo repleto de productos, disfrutando de las consecuencias de su esfuerzo.

FIN.

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