El Hombre y la Tortuga Gigante



Había una vez un hombre llamado Mateo, que vivía en la bulliciosa ciudad de Buenos Aires. Aunque disfrutaba de su vida, Mateo a veces se sentía abrumado por el ruido y la velocidad de la ciudad. Un día, mientras caminaba por el parque, comenzó a sentirse un poco mal. Su médico, al escuchar sus síntomas, le recomendó que se alejara del caos de la urbe y pasara un tiempo en el campo.

"Tal vez un poco de aire fresco y tranquilidad te haga bien", le dijo el médico con una sonrisa.

Decidido a seguir el consejo, Mateo empacó una pequeña mochila y se dirigió a un hermoso campo que había oído que era un lugar mágico.

Al llegar, Mateo se quedó maravillado con la vista. La naturaleza se desplegaba ante él como un lienzo de colores vibrantes. Mientras paseaba, escuchó un ruido extraño que provenía de un arbusto cercano. Curioso, se acercó y descubrió una tortuga gigante atrapada. Un tigre la estaba acechando, listo para atacarla.

"¡No!", exclamó Mateo, decidido a ayudar.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el tigre y gritó:

"¡Vete de aquí, no le hagas daño!"

El tigre, sorprendido por la valentía de Mateo, se dio media vuelta y desapareció entre los árboles. Mateo se acercó a la tortuga, que parecía herida y asustada.

"Hola, amiga. ¿Estás bien?", le preguntó suavemente mientras la examinaba.

La tortuga, con su gran caparazón, lo miró con ojos agradecidos pero cansados.

"No estoy muy bien, pero gracias a vos estoy a salvo. Soy Tula, la tortuga gigante."

Mateo, a pesar de su propia fatiga, decidió cuidar de Tula. La llevó a una pequeña cueva donde podía estar protegida y le trajo hojas y frutas para alimentarla. Con cada día que pasaba, Tula, poco a poco, fue sanando gracias al amor y cuidado de Mateo.

"Eres un verdadero amigo, Mateo. Me has salvado la vida. ¿Te gustaría que te llevara a explorar el campo algún día?", le propuso Tula al hombre, que sonrió felizmente.

"Me encantaría, Tula. Aquí todo es tan hermoso."

Días más tarde, después de varias aventuras juntos, Mateo comenzó a sentirse un poco raro. No podía evitar toser y se sentía cansado. Sabía que algo no iba bien, pero no quería preocupar a Tula, así que decidió no decir nada.

"Mateo, creo que te estás sintiendo mal. ¿Qué te pasa?", preguntó Tula, observando atentamente su rostro.

Mateo, sintiéndose un poco culpable, confesó:

"Me siento un poco cansado, pero estoy bien."

Sin embargo, su salud siguió empeorando. Un día, después de toser fuertemente, se tumbó en el suelo. Tula, preocupada, decidió actuar.

"No te alarmes, Mateo. Te cuidaré como tú lo hiciste conmigo."

Usando sus conocimientos, Tula buscó hierbas curativas y le preparó un té especial. Cada día, se quedaba a su lado, cantándole suaves melodías del bosque y asegurándose de que descansara lo suficiente. Con el tiempo, Mateo empezó a recuperarse. Su corazón se llenó de gratitud hacia su amiga tortuga.

"No sé qué haría sin vos, Tula. Eres la mejor amiga que podría haber pedido."

"Siempre estaré aquí para ti, Mateo. Así como tú estuviste aquí para mí."

Finalmente, Mateo se sintió completamente revitalizado y decidió regresar a la ciudad. Antes de irse, Tula le ofreció un regalo especial: una pequeña piedra brillante que él había admirado en su camino.

"Llévala contigo y recuerda siempre nuestra amistad", dijo Tula.

"La llevaré siempre conmigo, y cada vez que la mire, recordaré este hermoso tiempo que compartimos."

Mateo regresó a la ciudad, pero ya no se sentía agobiado. Cada vez que miraba su piedra, sonreía al recordar a su amiga. Se comprometió a visitar el campo y a Tula siempre que pudiera. Así, Mateo aprendió que las dificultades se hacen más llevaderas con amigos y que la naturaleza tiene un poderoso efecto sanador.

Desde entonces, cada vez que Tula lo veía acercarse a su hogar, se llenaba de alegría, pues sabía que tenía una amistad que perduraría para siempre.

FIN.

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