El huerto mágico
- ¡Hola! Soy el abuelo Carlos, ¿ustedes son los nuevos vecinos? - preguntó el hombre mayor con una sonrisa. - Sí, acabamos de mudarnos aquí.
Mi nombre es Sofía y estas son mis amigas, Valentina y Tomás - respondió Sofía señalando a sus compañeros. El abuelo Carlos miró alrededor y suspiró tristemente. El huerto que solía ser hermoso ahora estaba seco y sin vida.
- Lamentablemente, me enfermé hace un tiempo y no tuve fuerzas para cuidar del huerto. Pero estoy decidido a recuperarlo. ¿Les gustaría ayudarme a replantar todo? Los ojos de los niños se iluminaron de emoción al escuchar la propuesta del abuelo Carlos.
- ¡Claro que sí! Será divertido trabajar juntos en esto - exclamó Valentina entusiasmada. Tomás asintió con entusiasmo mientras Sofía agregaba:- Estamos dispuestos a ayudarte, abuelo Carlos.
Pero primero, ¿podrías enseñarnos cómo hacerlo? El abuelo Carlos les explicó paso a paso cómo plantar semillas, regarlas correctamente y cuidar las plantas para que crecieran sanas y fuertes. Los niños escucharon atentamente cada palabra mientras tomaban notas en sus cuadernos. Comenzaron limpiando el suelo seco y removiendo la tierra vieja.
Luego, cavaron pequeños agujeros donde colocaron las semillas con mucho cuidado. Finalmente, regaron cada planta con amor y esperanza. Día tras día, los niños visitaban el huerto para asegurarse de que las plantas recibieran suficiente agua y luz solar.
A medida que pasaba el tiempo, las semillas comenzaron a germinar y pequeñas plantitas brotaban del suelo. Un día, mientras los niños estaban admirando el crecimiento de las flores y vegetales, notaron que algunos pájaros se acercaban al huerto.
- ¡Mira! Los pájaros están comiendo nuestras plantas - exclamó Tomás preocupado. - No te preocupes, Tomás. Podemos construir espantapájaros para proteger nuestro huerto - sugirió Valentina con una sonrisa. Los niños recogieron palos, ropa vieja y papel para crear espantapájaros divertidos y coloridos.
Colocaron los espantapájaros en diferentes lugares del huerto para asustar a los pájaros hambrientos. El abuelo Carlos observaba orgulloso cómo los niños trabajaban juntos para cuidar del huerto. Su energía y entusiasmo eran contagiosos.
Con el paso del tiempo, el huerto se convirtió en un lugar lleno de vida nuevamente. Las flores florecían en colores brillantes y los vegetales crecían sabrosos y saludables.
El abuelo Carlos estaba feliz de ver cómo su sueño se había convertido en realidad gracias al amor y la dedicación de los niños. Un día, decidieron hacer una gran fiesta en el huerto para celebrar su éxito. Invitaron a todos sus vecinos, quienes quedaron maravillados con lo hermoso que lucía ahora aquel lugar tan desolado.
En medio de risas y juegos, Sofía tomó la palabra:- Queremos agradecer al abuelo Carlos por permitirnos ayudarlo y enseñarnos a cuidar del huerto.
También queremos recordarles que, así como nosotros pudimos hacer crecer este huerto, cada uno de ustedes puede hacer crecer cosas maravillosas en su vida si se esfuerzan y trabajan juntos. Todos aplaudieron emocionados mientras el abuelo Carlos les dedicaba una sonrisa llena de gratitud.
Y así, gracias a la valentía y determinación de tres niños, un huerto seco volvió a florecer, enseñándoles a todos la importancia del trabajo en equipo y el poder transformador del amor y la dedicación.
FIN.