El huerto mágico
Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, dos niñas y un niño llamados Sofía, Camila y Mateo. Ellos vivían cerca del huerto de su abuelo, Don Pedro.
Pero algo extraño estaba sucediendo allí: el huerto se encontraba completamente seco y sin vida. Un día soleado, los niños decidieron visitar a su abuelo para ver qué podían hacer al respecto.
Se acercaron corriendo al huerto y encontraron a Don Pedro sentado bajo la sombra de un árbol. -¡Abuelo! ¿Qué le ha pasado al huerto? -preguntó Sofía con preocupación. Don Pedro suspiró profundamente antes de responder:-Hace mucho tiempo que no llueve lo suficiente en esta región.
Sin agua, las plantas no pueden crecer adecuadamente y se marchitan. Los ojos de los niños se llenaron de tristeza al escuchar esto. Sabían que tenían que hacer algo para ayudar a su abuelo y devolverle la alegría a ese lugar tan especial.
-Abuelo, nosotros podemos ayudarte a replantar el huerto -dijo Mateo con entusiasmo-. ¡Trabajaremos duro para traer nueva vida! El rostro de Don Pedro se iluminó ante la determinación de sus nietos. -¡Eso sería maravilloso! -exclamó emocionado-.
Pero primero necesitamos encontrar una solución para traer agua al huerto. Los niños pensaron durante un rato hasta que Camila tuvo una idea brillante:-¡Podemos construir canales subterráneos desde el río hasta aquí! Así el agua llegará directamente a las raíces de las plantas.
Don Pedro sonrió orgulloso y asintió. Los niños se pusieron manos a la obra, cavando y construyendo los canales con mucho esfuerzo y dedicación. Fue un trabajo duro, pero no se rindieron. Después de varios días, los canales estuvieron listos.
Los niños abrieron las compuertas del río y el agua comenzó a fluir hacia el huerto. Pronto, cada planta recibió la cantidad justa de agua que necesitaba para crecer fuerte y saludable.
Pero aún faltaba un último paso: elegir qué semillas plantar en el huerto. Don Pedro les explicó a sus nietos sobre diferentes tipos de verduras y frutas que podrían cultivar juntos.
Sofía eligió zanahorias porque le encantaban sus colores brillantes; Camila optó por tomates porque le gustaba su jugoso sabor; Mateo decidió plantar girasoles porque quería ver cómo crecían altos y fuertes como él. Con cuidado, los niños sembraron las semillas en la tierra húmeda mientras Don Pedro observaba con una sonrisa llena de gratitud.
Todos esperaban ansiosos el momento en que verían brotar nuevas plantas en ese huerto tan especial. Días después, pequeñas hojas comenzaron a asomarse tímidamente desde la tierra.
Cada día eran más grandes y fuertes gracias al amoroso cuidado de los niños y al agua que llegaba hasta ellas gracias a los canales subterráneos. El huerto volvió a ser un lugar lleno de vida y color.
Las zanahorias crecieron naranjas y jugosas, los tomates se tornaron rojos y sabrosos, y los girasoles se alzaron majestuosos hacia el cielo. El trabajo en equipo de Sofía, Camila y Mateo demostró que cuando nos unimos para ayudar a otros, podemos lograr cosas increíbles.
Aprendieron sobre la importancia del cuidado del medio ambiente y cómo nuestras acciones pueden marcar la diferencia. Y así, el huerto de Don Pedro pasó a ser no solo un lugar donde crecían plantas, sino también un símbolo de amor, esperanza y perseverancia.
Los niños siempre recordarían ese hermoso huerto como una lección valiosa que llevarían en sus corazones para siempre.
FIN.