El Huerto Mágico de Alonso
En un pequeño pueblo llamado Los Jardines, donde el sol siempre brillaba y los ríos cantaban frescura, vivía un simpático jardinero llamado Alonso. Su huerto era el más hermoso de la región; tenía tomates que brillaban como rubíes y zanahorias que parecían sacadas de un cuento de hadas. Pero lo más especial era su árbol de pizas, un árbol mágico que daba frutas de varios sabores: dulce, ácido, y todo lo que uno se pudiera imaginar.
Una mañana, mientras Alonso regaba sus plantas, un grupo de niños se acercó corriendo, con lágrimas en los ojos.
"¡Alonso, Alonso!" - gritaron al unísono. "Nos duele la panza y nuestros dientes están muy malos. ¡No queremos más dulces!"
Alonso, preocupado, se agachó a su nivel:
"¿Qué comieron, chicos?"
"Comimos muchos caramelos y galletitas, y nuestra mami dice que eso no es bueno para nosotros…" - dijo Sofía, la más grande del grupo.
"Claro, pero hay solución. ¿Quieren ayudarme a plantar un huerto en cada casa del pueblo?" - preguntó Alonso con una sonrisa.
"¡Sí!" - gritaron todos los niños, olvidando por un momento su dolor.
Así, Alonso los llevó a su huerto. Les mostró cómo se plantaban las verduras y las frutas. Al día siguiente, con la ayuda de los niños, comenzaron a plantar pequeños huertos en las casas del pueblo.
Mientras plantaban, Alonso le contó a los niños sobre la importancia de comer frutas y verduras para estar sanos.
"Las frutas y verduras son como superhéroes para nuestro cuerpo, nos dan energía y nos ayudan a crecer fuertes. ¡Y son deliciosas!" - dijo entusiasmado.
Poco a poco, los huertos comenzaron a crecer. Las casas del pueblo se llenaron de plantas coloridas. Los tomates rojos, las zanahorias naranjas y lechugas crujientes comenzaron a asomarse de la tierra. Los niños estaban felices y emocionados.
Un día, después de un par de semanas de trabajo, los niños decidieron hacer una fiesta para celebrar el éxito de sus huertos. Prepararon una mesa enorme y decoraron el jardín de cada casa con flores y carteles que decían: "Viva la comida sana!".
Sin embargo, hubo un giro inesperado. En medio de la fiesta, un espantapájaros que habían hecho juntos cobró vida. Todas las risas se detuvieron, y todos miraron boquiabiertos al espantapájaros que comenzó a bailar y a cantar:
"¡Hola, hola! Soy Pancho el espantapájaros y estoy aquí para celebrar también. Gracias por cuidar las plantas y dejarlas crecer. ¡Ahora las aves no tendrán nada que robar!"
Los niños comenzaron a bailar junto a él, riendo y disfrutando de la música que llenaba el aire. De pronto, el espantapájaros les propuso:
"¿Quieren jugar un juego?"
"¡Sí!" - contestaron todos.
El espantapájaros sugirió que plantaran un huerto especial con ingredientes mágicos. Juntos, comenzaron a mezclar semillas y plantarlas en un rincón del pueblo que nadie usaba. Después de un rato, creció un árbol lleno de pizas de todos los sabores. Sin embargo, cada fruto tenía un mensaje en la cáscara que decía: "Disfruta de la moderación".
Los niños aprendieron que, aunque el árbol de pizas era delicioso, lo mejor era comerlo como un premio después de disfrutar de sus comidas saludables y de los frutos que habían cultivado en sus huertos.
Transcurrieron los días, y todos los habitantes del pueblo comenzaron a comer mejor. El dolor de estómago se transformó en risas y la tristeza en juegos, mientras el espantapájaros cantaba junto a ellos.
Así, Los Jardines se convirtió en un lugar donde todos aprendieron el valor de una buena alimentación, la alegría de trabajar juntos y el poder del amor por la naturaleza.
"Gracias, Alonso, por todas las enseñanzas," - dijo Sofía al final del día.
"No, gracias a ustedes por ser los mejores jardineros del pueblo," - respondió Alonso con una sonrisa.
Y así, en el pequeño pueblo, cada vez que los niños veían el árbol de pizas, recordaban que la verdadera magia estaba en cuidar lo que se había sembrado y disfrutar de todo lo que la naturaleza ofrecía, siempre con alegría y moderación.
FIN.