El huerto solidario
Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Sofía. Ella era muy curiosa y siempre se preguntaba por qué las cosas eran como eran.
Un día, mientras caminaba por la calle principal del pueblo, vio a un grupo de religiosas que estaban enseñando a niños en una escuela privada. Sofía se acercó sigilosa y escuchó atentamente lo que decían las religiosas.
Ellas hablaban sobre valores y moralidad, pero algo no le cuadraba a Sofía. ¿Por qué solo los niños ricos podían recibir esa educación? Decidida a encontrar respuestas, Sofía fue hasta la iglesia local donde sabía que vivían algunas de las religiosas. Se acercó a la puerta y tocó tímidamente.
-¡Hola! Mi nombre es Sofía -dijo con voz suave cuando una religiosa abrió la puerta-. Me gustaría hacerles una pregunta. La religiosa sonrió amablemente y le invitó a pasar.
-¿Por qué solo los niños ricos pueden estudiar en su escuela? -preguntó Sofía con curiosidad-. Los niños pobres también merecen tener una buena educación. Las religiosas se miraron entre sí sorprendidas por la pregunta de Sofía. Nunca antes alguien les había cuestionado eso.
-Hija mía, nosotras queremos ayudar a todos los niños -contestó la hermana María-, pero necesitamos recursos para poder hacerlo. Sofía arrugó el ceño pensativa. No entendía cómo era posible que no hubiera suficientes recursos para educar a todos los niños del pueblo.
-Pero ¿no hay alguna forma de conseguir más recursos? -insistió Sofía. La hermana María sonrió y le dio una palmada en el hombro a Sofía. -Tienes razón, siempre hay una forma. Ven conmigo, te mostraré algo que tal vez te inspire.
Sofía siguió a la hermana María hasta un pequeño jardín detrás de la iglesia. Allí, las religiosas tenían un huerto donde cultivaban frutas y verduras para su propio consumo. -¿Ves este huerto? -preguntó la hermana María-.
Nosotras lo cuidamos y nos proporciona alimentos frescos todos los días. Sofía asintió con la cabeza, sin entender muy bien qué tenía que ver eso con su pregunta inicial. -La educación es como este huerto -explicó la hermana María-.
Si queremos ayudar a los niños pobres, debemos sembrar las semillas del conocimiento en ellos. Y al igual que necesitamos cuidar y alimentar este huerto para obtener buenos frutos, también necesitamos recursos para brindarles una educación de calidad a esos niños.
Sofía abrió los ojos emocionada al comprender el mensaje de la hermana María. -¡Entonces podemos hacer crecer ese huerto juntas! -exclamó Sofía-.
Podemos vender los excedentes de frutas y verduras para obtener dinero y así poder ayudar a los niños pobres a tener una buena educación. La hermana María sonrió ampliamente ante la idea de Sofía. Juntas comenzaron a planear cómo podrían llevar adelante su proyecto solidario.
Decidieron organizar ferias en el pueblo donde venderían sus productos caseros, como mermeladas y conservas, para recaudar fondos. Con el tiempo, el huerto creció y las ferias fueron un éxito.
Gracias a la iniciativa de Sofía y la ayuda de las religiosas, pudieron recaudar suficiente dinero para abrir una escuela gratuita para los niños pobres del pueblo. Sofía se sentía feliz al ver cómo su pregunta inicial había llevado a un cambio positivo en su comunidad.
Aprendió que siempre hay una forma de hacer algo bueno por los demás, incluso cuando parece imposible. Y así, gracias a la valentía y curiosidad de Sofía, más niños pudieron recibir una educación justa y equitativa.
FIN.