El huevo dorado


Había una vez un muchacho llamado Mateo, a quien le encantaba trabajar. Desde muy pequeño, siempre buscaba la manera de ayudar a sus padres en las tareas del hogar y en cualquier otro proyecto que se les ocurriera.

Un día, cuando Mateo tenía 10 años, decidió buscar su primer trabajo. Recorrió el vecindario preguntando si alguien necesitaba ayuda con algo.

Fue así como llegó al taller de don Ramón, un amable carpintero que estaba buscando a alguien para organizar su almacén. Desde el primer día, Mateo demostró ser responsable y trabajador. Aprendió rápidamente cómo clasificar las herramientas y mantener todo limpio y ordenado.

Don Ramón estaba muy contento con él y lo consideraba parte de su familia. Pero un mal día, don Ramón tuvo problemas económicos y no pudo seguir manteniendo el taller abierto. Tristemente, tuvo que despedir a Mateo sin tener otra opción. El niño quedó desconsolado al enterarse de la noticia.

"No entiendo por qué me tiene que pasar esto", pensaba Mateo mientras caminaba cabizbajo hacia su casa. Al llegar a casa, encontró a sus padres preocupados por su tristeza.

Le explicaron que en la vida siempre hay momentos difíciles y obstáculos que superar. Le recordaron lo valioso que era su espíritu trabajador y le dijeron: "Mateo, nunca debes rendirte ante las dificultades".

Decidido a encontrar una solución, Mateo se levantó temprano al día siguiente e hizo una lista con todas sus habilidades: organización, limpieza, rapidez y responsabilidad. Con esa lista en mano, salió nuevamente a recorrer el vecindario en busca de un nuevo trabajo. Después de varios intentos, Mateo llegó a la granja del señor Martín.

El hombre necesitaba ayuda para cuidar a sus animales y mantener el establo limpio. Mateo le mostró su lista de habilidades y el señor Martín quedó impresionado. "¡Eres justo lo que necesito!", exclamó el señor Martín emocionado.

"Desde hoy serás mi ayudante en la granja". Mateo se sintió feliz al encontrar un nuevo trabajo y prometió dar lo mejor de sí mismo una vez más.

Cuidaba con amor a los animales, limpiaba cada rincón del establo y siempre estaba dispuesto a aprender cosas nuevas. Un día, mientras Mateo alimentaba a las gallinas, encontró un huevo diferente al resto. Era dorado y brillante como si estuviera hecho de oro puro.

Sin pensarlo dos veces, se lo llevó al señor Martín para mostrarle su hallazgo. El señor Martín quedó asombrado al ver aquel huevo tan especial. Decidió llevarlo a la ciudad para que los expertos pudieran estudiarlo.

Días después, recibieron una noticia sorprendente: aquel huevo era único en todo el mundo y valía una fortuna. Gracias a ese descubrimiento inesperado, el señor Martín pudo venderlo por mucho dinero.

Como muestra de gratitud hacia Mateo por su arduo trabajo y por haber encontrado aquel tesoro dorado, el señor Martín decidió compartir con él una parte del dinero obtenido. "Mateo, gracias a ti hemos tenido esta suerte.

Quiero que tomes esto como un premio por tu dedicación y esfuerzo", dijo el señor Martín entregándole una bolsa llena de monedas. Mateo no podía creer lo que veían sus ojos. Con ese dinero, decidió abrir su propio negocio: una pequeña tienda donde vendía productos hechos por él mismo, como juguetes de madera y objetos decorativos.

El negocio de Mateo fue todo un éxito. Su espíritu trabajador y su habilidad para crear cosas hermosas hicieron que la gente del vecindario se acercara a comprar en su tienda.

Desde aquel día, Mateo entendió que los obstáculos en la vida son solo oportunidades disfrazadas. Aprendió a nunca rendirse ante las dificultades y a seguir trabajando con pasión y perseverancia.

Y así, el muchacho que le gustaba trabajar pero había sido despedido encontró su camino hacia el éxito gracias a su amor por el trabajo duro y a nunca perder la esperanza.

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