El huevo mágico



Había una vez una niña llamada Luli que amaba los dinosaurios. Desde pequeña, se había fascinado por sus colores, formas y tamaños.

Y aunque muchos de sus amigos la consideraban extraña por su obsesión, ella no se dejaba intimidar. Un día, mientras paseaba por el parque cercano a su casa, Luli encontró un huevo gigante en el medio del camino. Sin pensarlo dos veces, decidió llevárselo a casa para cuidarlo hasta que eclosionara.

Pasaron varios días y nada parecía pasar con el huevo. Pero una noche, mientras dormía profundamente, escuchó un ruido fuerte proveniente de su habitación.

Al despertar y encender las luces se sorprendió al ver que ¡el huevo había eclosionado! De él salió un pequeño dinosaurio verde con manchas rojas en todo su cuerpo. - ¡Ohhh! -exclamó Luli emocionada- ¿De dónde has venido? El pequeño dinosaurio miró a su alrededor asustado y comenzó a llorar.

- No te preocupes -dijo Luli acariciándolo- Yo te cuidaré. A partir de ese momento, Luli y el dinosaurio se convirtieron en los mejores amigos. Juntos jugaban en el jardín y aprendían cosas nuevas sobre los dinosaurios todos los días.

Un día soleado mientras jugaban en el parque cercano a su casa vieron algo extraordinario: Un grupo de grandes dinosaurios caminando tranquilamente cerca del lago del parque. -¡Guauuu! Mira esos enormes animales -dijo Luli emocionada-. Me gustaría acercarme a ellos. - ¡Espera! -exclamó el pequeño dinosaurio-.

No sabemos si son peligrosos. Debemos tener cuidado. Luli decidió hacerle caso y juntos observaron a los grandes animales desde lejos.

A medida que pasaban las horas, Luli comenzó a notar que uno de los dinosaurios más grandes estaba cojeando. Se acercó al grupo para verlo mejor y se dio cuenta de que tenía una gran espina clavada en su pata. -¡Pobre animal! -dijo Luli compadecida-. Tenemos que ayudarlo.

-¿Cómo haremos eso? -preguntó el pequeño dinosaurio preocupado. Después de pensar un rato, Luli tuvo una idea brillante. Corrió hasta su casa y volvió con unas pinzas y un poco de tela para vendar la herida del dinosaurio lastimado.

Con mucho cuidado, lograron sacar la espina del pie del animal grande mientras los otros lo rodeaban protegiéndolo.

Cuando todo terminó, el grupo de grandes dinosaurios se alejó lentamente en dirección al bosque cercano sin dejar atrás al pequeño dinosaurio verde con manchas rojas quien les dijo adiós con sus patas. -¡Qué aventura tan emocionante! -dijo Luli felizmente-. Nunca olvidaré este día especial.

Desde ese día, Luli aprendió muchas cosas nuevas sobre los dinosaurios gracias a su valiente amigo verde con manchas rojas y juntos continuaron explorando el mundo mágico e impresionante de estos gigantes prehistóricos.

FIN.

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