El Huracán Milton y la Isla de la Amistad



En una pequeña isla llamada Amistad, todos sus habitantes vivían felices. Eran un grupo de animales que se querían mucho: el loro Alejandro, la tortuga Tina, el conejo Ramón y la ardilla Sofía, entre otros. Un día, mientras jugaban cerca de la playa, el loro voló alto y comenzó a gritar:

- ¡Chicos, miren! ¡Se viene un huracán!

Todos miraron hacia el horizonte, donde se formaba una nube oscura. La tortuga Tina, que siempre era la más tranquila, les dijo:

- No hay que entrar en pánico. Debemos prepararnos para proteger nuestro hogar.

Entonces, el grupo se reunió para discutir qué hacer. Ramón, siempre muy veloz, propuso:

- ¡Hagamos un refugio! ¿Qué tal si buscamos ramas y hojas del bosque?

Sofía añadió:

- Yo puedo recoger nueces para comer, así nadie pasará hambre.

Trabajaron duro, armando un refugio dentro de una cueva. Sin embargo, la nube se acercaba rápido. Cuando el viento empezó a soplar, todos se pusieron nerviosos. De repente, un gran viento apareció y con él, el huracán Milton, que llegó a la isla con un estruendo monumental.

- ¡Hola, amigos! - grito Milton con voz fuerte. - No se asusten, estoy aquí para jugar.

- ¿Jugar? - preguntó Alejandro sorprendido. - ¡Pero eres un huracán!

- Sí, lo soy. Pero no pienso hacerles daño, solo quiero que me conozcan - respondió Milton mientras giraba y soplaba suavemente.

Tina, aunque temerosa, decidió acercarse a la entrada de la cueva.

- Milton, ¿puedes prometer que no nos lastimarás?

- Claro que sí. Solo quiero que me ayuden a entender cómo es la amistad aquí, en la isla. Todos se alejan de mí porque tengo un aspecto aterrador - dijo Milton, con un tono triste.

El conejo Ramón pensó que si Milton necesitaba amigos, tal vez podrían ayudarle. Dijo:

- ¿Qué necesitamos hacer, Milton?

Milton sonrió, pero el viento todavía temblaba.

- Me gustaría aprender a jugar como ustedes. Puedo ser fuerte, pero también puedo ser gentil. ¿Me enseñan?

Sofía, siendo una ardilla curiosa, se dio cuenta de que Milton no era tan malo como parecía.

- ¿Qué te gustaría jugar, Milton? - preguntó emocionada.

- ¡A la escondida! - gritó Milton, moviendo su viento un poco más suave.

Entonces, la tortuga Tina, con su voz tranquila, dijo:

- Está bien, Milton. Juguemos a la escondida, pero este es nuestro lugar seguro. ¡Todos deben contar del 1 al 10, y quien juega tiene que mantener el viento calmado!

- ¡Perfecto! - dijo Milton, alegremente.

Así fue como comenzó un juego inesperado. Milton contaba, refrescando ligeramente el aire, mientras los animales de la isla se escondían detrás de los árboles y el refugio. Milton, aunque enorme y fuerte, aprendió a jugar como un amigo, con cuidado de no romper nada y respetar el espacio de los demás.

Los juegos continuaron durante el huracán, y a pesar de que el viento a veces soplaba con fuerza, todos se divirtieron al ver cómo Milton se reía y buscaba a sus nuevos amigos. La tormenta pasó y, después de un tiempo, el aire se calmó. Milton miró a sus nuevos amigos y, emocionado, dijo:

- ¡Gracias por enseñarme sobre la amistad! Prometo ser un buen amigo y nunca más asustarlos. Pero, si alguna vez necesitan ayuda o un poco de viento en sus velas, ya saben que estoy aquí.

Los animales de la isla, sonriendo, respondieron:

- ¡Nosotros también te consideramos un amigo, Milton! Siempre serás bienvenido.

Desde entonces, Milton volvió a visitar la isla, prometiendo no traer tormentas, sólo alegría y partidas de escondidas. La isla de Amistad aprendió una valiosa lección: a veces, lo que parece aterrador puede convertirse en una gran amistad si logramos ver más allá de las apariencias. Y así vivieron felices, recordando que el verdadero valor de la amistad está en la comprensión y el respeto.

FIN.

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