El indio indígena y el hada del bosque


Había una vez, en lo más profundo del bosque, un indio indígena llamado Tukumá, cuya pasión por los dulces y las chucherías era insaciable. A pesar de su amor por las golosinas, Tukumá era muy obstinado y nunca respetaba las reglas. Desde pequeño había aprendido a manipular para conseguir lo que quería. Su deseo más grande era formar una familia, y para ello había puesto su mirada en un hada del bosque. Sin embargo, el hada, llamada Lila, era de espíritu libre y no creía en las ataduras.

Un día, mientras Tukumá deambulaba por el bosque en busca de más dulces, escuchó una risa melodiosa. Siguiendo el sonido, se topó con Lila, cuya energía luminosa iluminaba el bosque. Fascinado por su belleza y encanto, Tukumá decidió acercarse a ella. -Hola, hermosa hada del bosque -saludó Tukumá con una sonrisa pícara. -¡Oh, hola! -respondió Lila con alegría, revoloteando a su alrededor. -¿Qué te trae por aquí, indio goloso? -preguntó con curiosidad.

Tukumá se ruborizó levemente, pero con determinación le confesó su deseo de formar una familia junto a ella. Sin embargo, Lila, con su mirada llena de libertad, le explicó que su espíritu no podía ser atrapado por las normas de la vida cotidiana. Tukumá, terco como siempre, intentó convencer a Lila con dulces y regalos, pero ella, con cariño, rechazó sus obsequios. -No entiendes, Tukumá. La vida es para ser vivida en libertad, sin ataduras ni manipulaciones. No puedes comprar mi amor con dulces -explicó Lila con calma.

A pesar de las palabras de Lila, Tukumá continuó persiguiéndola, siempre intentando manipular la situación a su favor. Lila, por otro lado, seguía su vida en el bosque, compartiendo su luz y amor con todos los seres que la rodeaban. Un día, Tukumá se encontró en apuros y fue rescatado por Lila, quien con bondad le tendió una mano sin juzgarlo. Tukumá, sorprendido por el gesto desinteresado de Lila, reflexionó sobre sus acciones egoístas.

Poco a poco, Tukumá comenzó a aprender de la sabiduría y generosidad de Lila. A medida que pasaban tiempo juntos, el indio indígena empezó a valorar la libertad y la autenticidad por encima de sus antiguos deseos de manipulación. Comenzó a compartir su tiempo y esfuerzo para ayudar a otros en el bosque, aprendiendo el verdadero significado de la generosidad y el amor desinteresado.

Finalmente, Tukumá se dio cuenta de que el amor no se compra ni se manipula, sino que se cultiva con cuidado, respeto y autenticidad. Aunque nunca formó una familia con Lila, su amistad se convirtió en un lazo eterno, basado en el amor y el respeto mutuo. Tukumá dejó de buscar chucherías para satisfacer su vacío interior, y en cambio, encontró la verdadera alegría en servir a los demás y en ser un buen amigo para todos en el bosque.

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