El Inspector Gruñón y el Secreto del Coro Navideño
En la pequeña escuela primaria "San Felipe", donde los niños siempre estaban llenos de alegría y risas, el ambiente se tornó sombrío. Diciembre se acercaba y con él las esperadas vacaciones, pero había un problema: el inspector Gruñón iba a visitar el sector 3. Nadie sabía cómo enfrentar a don Fulano, cuyo ceño fruncido podía asustar hasta al más valiente de los maestros.
Los maestros comenzaron a murmurar en la sala de profesores.
"¿Lo has visto?", preguntó la maestra Rosa, mientras trinchaba una galletita.
"Sí, lo vi la semana pasada en el parque. Parecía un gigante enfurecido mientras caminaba", respondió el profe Tomás, tratando de imitar su mirada.
Los preparativos para el gran coro navideño ya estaban en marcha, los niños practicaban felices, pero en el fondo del corazón de los maestros, la preocupación por la llegada del inspector nublaba la alegría. Todos temían que don Fulano arruinaría la magia de su actuación.
"Este año será especial, tenemos que mantener el entusiasmo de los chicos", dijo la maestra Clara con un brillo en los ojos.
Sin embargo, los rumores sobre el inspector continuaron propagándose. Se decía que tenía un método muy particular para evaluar a cada uno de los maestros. Una vez, habían encontrado su lápiz rojo, pero en realidad, era un lápiz encantado que hacía aparecer sorprendentes calificaciones.
"¡Eso es lo que necesitamos!", exclamó el maestro José.
"¡Un lápiz encantado!", coincidió la maestra Lore. El grupo de maestros decidió hacer un plan: encontrar ese lápiz y así conseguir que el inspector les diera un alto puntaje. Pero pronto se dieron cuenta de que la caza del lápiz mágico no iba a ser fácil.
El día de la visita del inspector llegó, y la tensión se palpaba en el aire. Todo el equipo se esforzó al máximo en sus clases, tratando de ocultar el nerviosismo. Pero, de pronto, el inspector apareció en la puerta de la escuela, su mirada fija y severa.
"¡Buenos días, colegas!", dijo con una voz que resonaba en los pasillos.
"¡Buenos días, inspector!", respondieron los maestros al unísono, chillando de nervios.
Mientras el inspector recorría las aulas, los niños comenzaron a sentir la tensión en el ambiente. Los susurros de los maestros se convirtieron en ruidos ahogados y los ojos de los pequeños miraban con incertidumbre.
Primero fue el aula de matemáticas, donde la maestra Ana intentó demostrar lo que estaban aprendiendo. Pero el inspector no parecía satisfecho.
"Esto no está bien", dijo con una voz profunda.
Los maestros temían que el inspector llevara la alegría de las vacaciones en su maleta. Siguieron cada actividad con ansias de que se fuera, pero lo peor estaba por venir. En medio de su recorrido, el inspector se detuvo en el salón donde ensayaban el coro navideño. Desde el fondo, se oía un canto armonioso; los niños llenaban el aire con risas y melodías.
"¿Qué es esto?", inquirió el inspector, frunciendo aún más su ceño. Todo el mundo se quedó en silencio. Los maestros intercambiaron miradas nerviosas.
"Es nuestro coro navideño, inspector", dijo la maestra Clara temiendo lo peor.
"¿Coro navideño? ¡En diciembre! No hay forma de que esto pase una evaluación!", respondió él con tono severo. Pero, para su sorpresa, cuando los niños comenzaron a cantar, el inspector se quedó boquiabierto. La mágica melodía llenó el salón y, aunque su cara seguía seria, los ojos empezaron a sollozar.
Don Fulano, titubeó.
"Quizás...", murmuro para sí mismo, logrando que todos lo miraran incrédulos, "quizás las vacaciones de diciembre merecen un poco de alegría".
Los maestros, aún con miedo, decidieron jugar su última carta, y reflejaron la carita de los bebés mientras continuaban con el canto. Cada uno de los chicos mostró su talento y dedicación, transformando el rostro del inspector lentamente.
"No puedo creerlo", dijo asombrado, y de repente, se sintió un poco menos gruñón.
Finalmente, el inspector sonrió y aplaudió.
"Bravo, chicos. Este coro es maravilloso. He cambiado de opinión sobre su evaluación... ¡esto merece vacaciones!"
La escuela estalló en una ovación, todos se abrazaron y el inspector, con un estirón rústico, se unió a ellos. Nunca se había visto la "San Felipe" en una tan agradable situación del coraje. Desde ese día, el inspector Gruñón se transformó en el inspector que traía alegría a las aulas y, todos los diciembre, organizaba los mejores coros de navidad.
Los maestros aprendieron que a veces, la mejor evaluación no depende de un lápiz encantado, sino de la magia que se encuentra en el canto de los niños y en el amor por lo que hacen. Y así, las vacaciones de diciembre pasaron a ser lo más esperado del año, gracias a un inspector que aprendió a sonreír. Y así, los niños y los maestros vivieron felices, esperando a que llegara el próximo diciembre lleno de canciones y encanto.
FIN.