El intercambio mágico de Amelie



En un pequeño pueblo rodeado de montañas azules y praderas verdes, vivía una niña llamada Amelie. Tenía seis años y una gran pasión por los cuentos. Cada noche, antes de dormir, se sumergía en las páginas de su libro favorito, que hablaba de un simpático oso polar llamado Pólus.

Una madrugada, mientras Amelie leía sobre las aventuras de Pólus en el Ártico, algo extraordinario ocurrió. Un brillo azul surgió de las páginas y, de repente, ella se encontró envuelta en un remolino de luces. Al abrir los ojos, Amelie se dio cuenta de que había cambiado de lugar... ¡y de forma! Ya no era una niña humana, sino un pequeño oso polar.

"¡Ay, qué raro!" - dijo Amelie, mirando sus patas peludas y su gran nariz. "¿Dónde estoy?"

Mientras tanto, su habitación se transformó en un vasto paisaje ártico lleno de hielo, nieve y un cielo despejado.

En ese mismo instante, Pólus, el oso polar de su libro, también había sido transportado a la habitación de Amelie. Se miraron con sorpresa. "¡Amelie! ¡Soy yo, Pólus!" - exclamó el oso, ahora con el cuerpo de una niña. "¡Hicimos un intercambio!"

"¿Un intercambio?" - repitió Amelie, aún intentado entender cómo había pasado eso.

"Sí, parece que el poder de la magia nos ha llevado a este nuevo mundo. Ahora yo soy una niña y tú eres un oso polar. ¡Debemos aprender unos de otros!"

Juntos, comenzaron a explorar ese mágico paisaje. Amelie, como Pólus, jugaba en la nieve, deslizando su barriguita por el hielo mientras Pólus, en forma infantil, intentaba atrapar peces bajo el agua.

"¡Es más fácil de lo que pensé!" - reía Pólus, intentando atrapar un pez con su mano.

"¡Prueba con un poco más de agilidad!" - le aconsejaba Amelie, feliz de ver a su amigo tan contento.

A medida que pasaban los días, Amelie descubrió cómo sobrevivir en la fría tundra y Pólus aprendió sobre la calidez de la amistad y los juegos humanos. Sin embargo, un día, un viento fuerte y helado comenzó a soplar y se escucharon lejanos rugidos de una tormenta.

"¡Debemos regresar!" - dijo Amelie, viendo que lado del cielo se tornaba oscuro y amenazante. "No quiero perderme de nuevo. ¡Vamos!"

"Es cierto, debemos encontrar la forma de volver a ser quienes éramos" - respondió Pólus. "Quizás si deseamos hacerlo muy fuerte, la magia actuará de nuevo."

Ambos se pusieron frente a un enorme y brillante iceberg. Juntos levantaron sus brazos y gritaron.

"¡Quiero volver a ser Amelie!" - gritó la niña. "¡Y yo quiero volver a ser Pólus!"

Sin embargo, la tormenta los interrumpió, y un rayo de luz los sorprendió. Al instante, Amelie se sintió ligera y con una gran ola de calor la envolvió. Al abrir los ojos, nuevamente estaba en su cama, como si nunca hubiera salido.

"¿Lo soñé?" - se preguntó, mirando el libro. Era como cualquier otro libro. Había un oso polar en la portada, pero no había señales del mágico viaje que habían hecho juntos.

A la mañana siguiente, al abrir la ventana, se sorprendió al ver a Pólus de pie a su lado, sonriendo al sol.

"¡Hola!" - dijo ahora el oso polar, sabiendo que tenía que regresar a su hogar. "Pero siempre serás mi amiga. La experiencia que vivimos nos convirtió en mejores seres. Te prometo que siempre estaré contigo en tu corazón."

"¡Yo también!" - respondió Amelie con una gran sonrisa. "Sé que aunque estemos lejos, siempre podremos recordar nuestras aventuras y lo que aprendimos juntos. También se lo contaré a todos mis amigos. La amistad y el amor por lo que hacemos nos hace crecer. ¡Gracias, Pólus!"

Y así, mientras el oso polar ondulaba su suave pelaje en la brisa y Amelie regresaba a sus aventuras diarias con un nuevo brillo en los ojos, ambas criaturas, en sus respectivos mundos, aprendieron que la amistad puede cruzar cualquier barrera.

Esa tarde, Amelie abrió de nuevo su libro. Y esta vez, no solo leyó sobre su amigo, sino que se imaginó una nueva aventura.

Así fue como cada noche, después de dormir, Amelie soñaba con un mundo donde ella y Pólus se encontraban de nuevo, en el que la magia de la amistad les traía siempre nuevas aventuras.

FIN.

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