El Jabalí Mágico
En la profunda selva de los Cuatro Vientos, donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo y los ríos cantaban al pasar, los animales a menudo sufrían de molestias y dolores. La tortuga Tula decía que su caparazón le pesaba, el loro Lalo se quejaba de su ala, y el tigre Teo siempre tenía problemas con sus garras.
Pero había un animal especial que todos conocían: el jabalí Quiqui, el quiropráctico de la selva. Quiqui no era un jabalí común, tenía un cuerno mágico. Cuando los animales acudían a él, él usaba su cuerno para hacer un movimiento que primero dolía, pero luego sanaba.
- “¡Ay, Quiqui, no puedo más! ” - gritó Lalo un día mientras aleteaba desesperado.
- “¡Calma, amigo! ¡Te prometo que después te sentirás mucho mejor! ” - respondió Quiqui con una sonrisa.
Así, uno tras otro, los animales se acercaban a Quiqui, y aunque al principio un pequeño dolor les atravesaba, todos salían brincando de alegría. Fue así que la fama del jabalí se fue extendiendo. Desde las lechuzas hasta los elefantes, todos querían conocer su magia.
Un día, mientras Quiqui estaba en su consulta, apareció una gacela llamada Gala, muy angustiada.
- “¡Ay, Quiqui, estoy muy preocupada! Mi pequeño hijo, Gabi, ha estado triste y no quiere jugar. No sé qué hacer.”
- “Tranquila, Gala. A veces, lo que nos duele no es sólo físico. Vamos a ver a Gabi y así tratamos de entender.”
Cuando llegaron al claro donde Gabi estaba, el pequeño quedó muy sorprendido al ver a Quiqui.
- “¿Qué hace aquí el jabalí quiropráctico? ” - preguntó Gabi, mirándolo con curiosidad.
- “Soy Quiqui, y estoy aquí para ayudarte. Pero primero, cuéntame qué te preocupa.”
Gabi bajó la cabeza.
- “Siento un nudo en el estómago… mis amigos nunca juegan con mí porque piensan que soy torpe.”
El jabalí pensó un momento.
- “A veces, un poco de dolor lleva a una gran cura. ¿Te gustaría que intentemos un ejercicio juntos? ”
- “¿Qué tipo de ejercicio? ” - preguntó Gabi con escepticismo.
- “Vamos a hacer un juego de saltos. Aunque al principio puede parecer difícil, practicar nos hará más fuertes y seguros.”
Gabi dudó, pero vio a su madre sonriendo y aceptó.
- “Está bien, lo intentaré.”
Así, comenzaron a saltar y, aunque al principio le costaba, poco a poco el pequeño empezó a reirse. Los otros animales los observaron, y uno a uno, se acercaron para unirse.
Las risas llenaron el aire.
- “¡Mirá, soy un patito saltarín! ” - gritó Gabi mientras se unía a la danza.
- “¡Y yo soy un canguro! ” - se sumó Lalo con su energía.
Pronto, la selva se llenó de risas y saltos. Gabi dejó de lado sus miedos y comenzó a disfrutar.
- “¡Gracias, Quiqui! ¡Me siento más fuerte! ” - le exclamó el pequeño, con una amplia sonrisa.
Y desde ese día, Gabi se volvió el saltador más famoso de la selva.
El tiempo pasó, y cada vez que los animales sentían un dolor, no solo iban a ver al jabalí por su magia, sino que también iban para aprender a enfrentar sus miedos y problemas.
Desde entonces, nunca olvidaron que a veces, para sanar, era necesario enfrentar primero lo que dolía, ya fuera un dolor físico o emocional.
Así, Quiqui no solo fue conocido como el jabalí quiropráctico, sino también como el mejor consejero de la selva. Y cada vez que un animal se sentía mal, sabían que, con un poco de ayuda, todo podía mejorar.
Y así, en la selva de los Cuatro Vientos, el jabalí Quiqui siguió brindando cura y alegría, un movimiento a la vez.
FIN.