El Jabón Mágico de Abuela Yaya
Era una mañana soleada en la comunidad wichí, donde ríos de agua cristalina cruzaban la selva y las aves cantaban melodías alegres. Todos en el pueblo sabían que Abuela Yaya era una sabia con un don especial: hacía jabones mágicos que no solo limpiaban, ¡sino que también transmitían felicidad!
-Abuela Yaya, ¿hoy harás jabón? , le preguntó Ana, la niña curiosa del pueblo.
-Sí, mi amor, hoy usaré tusca, la planta mágica que crece cerca del río, respondió la abuela sonriendo.
Ana tenía muchas ganas de ayudar a su abuela, así que corrió hacia el río y recogió las plantas más verdes y frescas de tusca. Cuando volvió, Abuela Yaya ya tenía todo lo necesario preparado: un caldero de barro, agua pura y un montón de amor en su corazón.
-¿Por qué es mágico el jabón de tusca, abuela? , quiso saber Ana mientras las hojas comenzaron a burbujear en el caldero.
-Porque con cada burbuja se van los problemas y llega la alegría, explicó Yaya. Este jabón recuerda que todos llevamos un poco de magia dentro.
Ana ayudó a la abuela a machacar las hojas de tusca en un mortero.
-Tranquila, Ana. Al igual que la vida, hacer jabón requiere paciencia, dijo Abuela Yaya con un guiño.
Después de un rato, el caldero burbujeaba con un aroma fresquito que llenó el aire. Abuela Yaya vertió el líquido mágico en pequeñas moldes y dejó que se enfriara bajo el sol.
A medida que las horas pasaban, y con la luz del sol empezando a ocultarse, Ana tuvo una idea brillante.
-¿Y si le damos a cada vecino un jabón mágico para celebrarlo en nuestra fiesta de la comunidad? , propuso emocionada.
-Por supuesto, será una forma de compartir nuestra alegría, concordó la abuela.
Los sobres con jabones quedaron listos y, durante la noche, un grupo de niños ayudó a Ana y a Abuela Yaya a repartirlos. Cada uno llevaba una sonrisa y una historia que contar sobre el jabón mágico.
Al día siguiente, los wichí se reunieron en el centro del pueblo para celebrar juntos. Cuando empezaron a usar los jabones, un aroma de felicidad parecía llenar el ambiente.
-¡Estoy feliz! ¡Hoy no hay más problemas! , gritó un niño.
-¡Miren cómo brillan mis manos! , exclamó una joven.
Pero, de pronto, algo inesperado pasó. Una tormenta oscura apareció en el horizonte y empezó a llover muy fuerte, asustando a los niños que intentaban jugar. Las risas se convirtieron en llantos y la alegría, en preocupación.
-¡No te preocupes, Ana! ¡Usa el jabón mágico! Tal vez haga algo bueno ante esta tormenta, sugirió Abuela Yaya, tocando el hombro de la niña.
Ana recordó lo que la abuela había dicho sobre la magia dentro de cada uno. Con su corazón lleno de valor, corrió hacia el centro del pueblo y levantó el jabón de tusca.
-¡Buena suerte, comunidad! ¡En vez de preocuparnos, celebremos juntos con alegría! , exclamó mientras todos sus vecinos la miraban sorprendidos.
Sin pensarlo dos veces, todos los niños tomaron su jabón y se unieron a Ana. Comenzaron a usarlo mientras saltaban y reían, haciendo burbujas que volaban entre la lluvia y el viento. A medida que hacían esto, algo mágico ocurrió: el sol comenzó a brillar entre las nubes y la lluvia se transformó en una leve llovizna, creando un arcoíris en el cielo.
-¡Miren eso! ¡Es un arcoíris! gritaron los niños.
-¡El jabón mágico lo ha logrado! ¡Nos ha devuelto la alegría! , celebraba Abuela Yaya.
Desde aquel día, en la comunidad wichí, se celebró cada año la Fiesta del Jabón Mágico, donde no solo compartían la alegría, sino que reconocían el poder del amor y la magia que todos llevaban dentro.
Y así, la leyenda del jabón mágico de tusca continuó creciendo, recordando a todos que, aunque a veces lleguen tormentas, siempre pueden encontrar luz y alegría juntos.
FIN.