El Jardín de Abuela Nuna



En un pintoresco pueblito de Toledo, Santander, vivía una abuelita muy querida por todos. Se llamaba Nuna y tenía 84 años. Su casa estaba siempre llena de flores de colores, risas de niños y los aromas de las comidas más ricas que puedas imaginar. Abuela Nuna había criado a cinco hijos, y ahora disfrutaba de la compañía de sus siete nietos y dos bisnietos, quienes la adoraban.

Un día, mientras todos estaban reunidos en su jardín, Abuela Nuna decidió contarles una historia que guardaba en su corazón.

"Era una vez un hermoso jardín lleno de flores. Cada una de ellas tenía su propia historia y cada una representaba a un miembro de mi familia" - comenzó Nuna, con una sonrisa en su rostro.

Los niños se acercaron, intrigados.

"La rosa representa a mi hija mayor, Valeria. Ella, con su belleza, siempre ilumina mis días. El girasol representa a Pablo, que siempre gira hacia el sol y trae alegría. La margarita es Ana, mi soñadora, que siempre busca nuevas aventuras" - continuó Abuela Nuna.

Los nietos comenzaron a imaginar a cada uno de sus tíos como flores en el jardín.

"Y no se olviden de los nuevos brotes que llegaron a mi vida, mis adorables bisnietos. Ellos son como los capullos que están a punto de florecer, llenos de promesas y risas" - dijo, acariciando a los pequeños que jugaban a sus pies.

Un soplo de viento hizo que algunas flores se meceran, y Abuela Nuna se detuvo un momento al verlos. Sin embargo, algo en su rostro cambió.

"A veces me pregunto, ¿qué pasaría si un día el jardín se marchitara? Ya no habría risas ni colores. ¿Qué harían ustedes para cuidar este jardín?" - preguntó de repente, con un aire de misterio en su voz.

Los niños se miraron y un silencio los envolvió. Entonces, la más pequeña de sus nietas, Sofía, tomó la palabra.

"Podríamos regar las flores todos los días y hablarles con cariño, como vos haces, abuela. Ellas siempre responden a las caricias y a las palabras amables" - dijo.

"Exacto, querida Sofía" - asintió Nuna con ternura. "Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de sembrar amor y cuidado en este jardín" -

Los niños empezaron a entusiasmarse.

"¡Podemos hacer un riego especial para combinar nuestras risas con un poco de música!" - exclamó Lucas, otro de los nietos.

Abuela Nuna sonrió, sintiendo cada vez más el amor que crecía entre ellos.

"Y también podemos plantar semillas nuevas de sueños y esperanzas, para que el jardín nunca pierda su magia" - agregó Valentina, la más creativa de la familia.

La tarde avanzaba y el sol empezaba a ponerse, tiñendo el cielo de colores rojizos. Abuelita Nuna los miraba con orgullo.

"Ustedes son mi jardín. Cada uno de ustedes florece de manera única y hermosa. Juntos hacen que la vida sea un lugar especial" - dijo en voz alta.

Esa noche, los niños y Abuela Nuna decidieron que cada semana habría un “Día del Jardín” donde todos se reunirían para cuidar las flores, reír y contar historias.

Así, no solo cuidaron el jardín físico, sino también el jardín de su amor y de su familia. Aprendieron que las mejores flores son las que nacen del amor, la alegría y las risas compartidas.

Con el tiempo, el jardín de Abuela Nuna se llenó más que nunca, no solo de flores, sino de hermosos recuerdos familiares, siempre recordándole que, mientras haya amor, él nunca se marchitará.

Y así, cada día se cumplía la promesa de que el jardín seguiría floreciendo, por y para la abuela Nuna. Porque la vida, como un jardín, siempre necesita amor y cuidados para brillar con todo su esplendor.

FIN.

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