El Jardín de Adas
Era un soleado sábado cuando Tomás y su amiga Juana decidieron pasear por el zoológico de su ciudad. Amaban observar a los animales, pero aquel día, algo más los esperaba. Mientras caminaban por la sección de los leones, Juana tropezó con algo en el suelo.
"¡Oye, Tomás! ¿Qué es eso?" - dijo mientras se agachaba a recoger un libro desgastado y cubierto de polvo.
"No lo sé, pero parece antiguo" - respondió Tomás, curioso.
Abrieron el libro y en su interior encontraron ilustraciones de hadas danzando entre flores gigantes, árboles mágicos y ríos de agua cristalina. A medida que leían, sintieron que el mundo a su alrededor comenzaba a desvanecerse. Las figuras del libro cobraban vida y, de repente, se encontraron en un jardín extraordinario, lleno de plantas de colores brillantes y criaturas fantásticas.
"¡Mirá, Tomás! ¡Es un jardín de hadas!" - exclamó Juana, asombrada.
"Esto es increíble. No sabía que existía un lugar así" - dijo Tomás, caminando hacia un rincón adornado con flores que parecían susurrar secretos.
Mientras exploraban, se encontraron con una pequeña hada que, a pesar de su diminuto tamaño, tenía una gran mensaje para ellos.
"Hola, amigos. Soy Lúmina, la guardiana de este jardín" - dijo el hada con una voz melodiosa. "Este lugar es especial porque cada flor cuenta una historia sobre la amistad, la valentía y la bondad. Pero ahora, estoy en un aprieto. Un mago malvado ha robado mis alas de luz y ha hecho que el jardín se marchite. Si no recupero mis alas, el jardín desaparecerá".
"¿Qué podemos hacer para ayudar?" - preguntó Juana con determinación.
"Tendrán que atravesar el Bosque de las Sombras y resolver tres acertijos que los llevarán hasta la torre del mago. Pero cuídense, porque no podrán volver sin las alas" - advirtió Lúmina.
Tomás y Juana asintieron, listos para la aventura. Al entrar en el Bosque de las Sombras, se dieron cuenta de que no todo estaba oscuro. A medida que avanzaban, comenzaron a escuchar murmullos.
"¿Quién anda ahí?" - preguntó Tomás, asustado.
De pronto, un pequeño conejo salió de entre los arbustos.
"¡Hola! Soy Rufi, el guardián del bosque. Para pasar, deben responder mi acertijo. Escuchen con atención: ‘En la noche acompaña a los sueños, en el día, las sombras te acompañarán. ¿Qué soy yo? ’" - dijo Rufi, moviendo sus orejas.
Juana pensó por un momento y sonrió.
"¡Es la luna!" - gritó emocionada.
"Correcto, pueden pasar" - dijo Rufi, señalando un sendero iluminado.
Siguieron camino, ahora más seguros. Pronto llegaron a un río que corría velozmente.
"¿Y ahora cómo cruzamos?" - se preguntó Tomás.
Un pez dorado emergió del agua.
"Soy Dorado, el pez sabio. Para cruzar, deben resolver mi acertijo: ‘Tengo un corazón que no late. Soy un río pero no de sangre. ¿Qué soy yo? ’" - anunció el pez.
Juana frunció el ceño, pero Tomás exclamó:
"¡Es el agua!" - a lo que Dorado sonrió y les dejó cruzar.
Después de cruzar el río, llegaron a una cueva oscura donde se escuchaban risas y ecos.
"Aquí está el último acertijo" - dijo una tortuga anciana asomándose. "¿Qué es lo que nunca se ve, pero siempre se siente; a veces caliente, a veces frío, pero siempre viene de adentro?"
Ambos amigos se miraron incrédulos, hasta que Juana, con una chispa en los ojos, gritó:
"¡Es el amor!" - y la tortuga asintió con aprobación.
Finalmente, llegaron a la torre del mago. Con valentía, Tomás y Juana entraron. El mago, con una larga barba y una capa desgarbada, estaba sentado en su trono.
"¿Qué hacen aquí, intrusos?" - gruñó.
"Hemos venido a recuperar las alas de Lúmina y salvar el jardín" - dijo Tomás.
El mago rió, pero cuando vio la determinación en sus rostros, cambió de tono.
"Si pueden vencerme en un juego de ingenio, les devolveré las alas."
El juego comenzó. Tomás y Juana usaron todos los acertijos que habían aprendido en su camino. Por último, juntos, lograron derrotar al mago con su ingenio y valentía.
El mago, sorprendido por la unión y el amor de los amigos, les devolvió las alas de luz.
"El jardín ya no se marchitará. Gracias a ustedes, he aprendido que no todo en la vida se trata de poder" - expresó el mago, mientras permitía que los niños regresaran al jardín.
Cuando llegaron nuevamente al lugar donde habían encontrado el libro, se miraron emocionados, sabiendo que su amistad se había fortalecido con cada aventura vivida.
"A veces, las cosas más mágicas pueden encontrarse en los lugares más comunes" - murmuró Tomás, mientras guardaba el libro en su mochila.
Y con una sonrisa, se prometieron que siempre buscarían un nuevo cuento que contar, un nuevo jardín que explorar y, sobre todo, siempre juntos.
Fin.
FIN.