El Jardín de Álvaro



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villavista, un niño llamado Álvaro. Álvaro era un chico alegre, con una sonrisa que iluminaba incluso los días más nublados. Sin embargo, había algo que lo preocupaba: a menudo sentía que un pesado nubarrón oscurecía su corazón, como si la tristeza lo siguiera a todas partes.

Un día, Álvaro decidió salir a pasear por el bosque cercano al pueblo, tratando de despejar su mente. Mientras caminaba, se encontró con un viejo roble, robusto y lleno de vida. Se acercó y, con un suspiro, le habló.

- “Hola, viejo amigo. Algunos días me siento como una hoja seca, atrapada en un vendaval. No sé cómo quitarme esta pesadez.”

El roble, sorprendentemente, respondió:

- “Entiendo, pequeño. Te siento preocupado. Pero a veces es necesario dejar que el viento nos mueva para seguir creciendo.”

Intrigado por las palabras del roble, Álvaro decidió que era hora de enfrentarse a sus preocupaciones. Regresó a casa y se sentó en su habitación. Miró por la ventana al jardín que su familia había plantado con tanto amor. En ese momento, tuvo una idea.

Decidió crear su propio jardín de emociones. Cada planta representaría un sentimiento diferente: alegría, tristeza, miedo, y amor. Así podría aprender a cuidarlas y entenderlas mejor.

Álvaro empezó a recolectar semillas. Semillas de alegría, que encontró en unas flores amarillas; semillas de tristeza, que halló en un viejo libro que le regalaron una vez; hasta semillas de miedo, que recogió de su propia valentía cada vez que se enfrentaba a una situación difícil.

Con mucho esfuerzo, comenzó a sembrar las semillas en su pequeño jardín. Regaba cada planta con cuidado, y poco a poco, comenzaron a brotar. Las flores de alegría se abrieron vibrantes, mientras las de tristeza ofrecían un tono suave pero hermoso.

Sin embargo, notó que la planta de miedo no crecía como él esperaba. - “¿Por qué no echas raíces, amiga mía? ” - le preguntó un día.

En ese instante, una mariposa colorida se posó sobre la planta y dijo:

- “Álvaro, el miedo es algo natural. Todos lo sentimos, y es parte de nuestra vida. Para que tu planta crezca, debes hablarle, entenderla.”

Álvaro asintió, y buscando una nueva manera de abordar su miedo, se armó de valor. Se marcó un objetivo: dar un pequeño discurso frente a sus compañeros, algo que siempre le había generado congelación.

El día llegó y, aunque su corazón palpitaba fuerte, se paró frente a sus amigos. - “Hola a todos, hoy quiero compartirles cómo creé mi jardín de emociones” - comenzó, con voz temblorosa pero decidida.

Al finalizar, los aplausos no solo llenaron el aire, sino que también le llenaron el corazón. - “¡Lo hiciste increíble, Álvaro! ” - exclamó su mejor amigo, Lucas. - “Nunca imaginé que hablaras de tus emociones tan abiertamente.”

A partir de ese día, Álvaro vio como su planta de miedo comenzaba a florecer. Con cada conversación abierta que tenía sobre sus emociones, ella se hacía más fuerte.

Con el paso del tiempo, su jardín se convirtió en un hermoso espacio de colores vibrantes, y cada planta le enseñaba algo nuevo: la alegría, a bailar bajo la lluvia; la tristeza, a encontrar belleza en la melancolía; y el miedo, a ser su aliado en lugar de su enemigo.

Así, Álvaro entendió que el cuidado de sus emociones era como cultivar un jardín. A veces necesitaba más sol, otras más agua, y a veces, simplemente dejar que el viento soplara.

Una tarde, cuando estaba regando sus plantas, se acercó el roble.

- “¿Ves? Te dije que dejarte llevar por el viento te haría fuerte.”

- “¡Sí! Gracias por tus palabras.” - respondió Álvaro, sonriendo.

Y así, con el tiempo y el amor, Álvaro siguió cuidando su jardín y sus emociones. Aprendió a hablar de sus sentimientos, a compartir sus alegrías y tristezas, y, sobre todo, a recordar que no estaba solo, siempre podría contar con sus amigos y su familia para abrazar lo que sentía.

Desde entonces, cada vez que alguien se sentía abrumado, Álvaro les contaba sobre su jardín y los animaba a crear uno propio. Y así, en Villavista, se conoció como el chico del jardín de emociones, el que siempre tenía un consejo amable y un espacio lleno de colores para compartir.

FIN.

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