El Jardín de Amistad
Era un día soleado cuando Tomás, un niño curioso de ocho años, decidió explorar el jardín de su casa. Entre flores de colores y mariposas revoloteando, encontró un pequeño rincón cubierto de hierbas altas. Intrigado, se acercó y ¡sorpresa! Allí había una niña sentada, con una corona de flores en la cabeza y una sonrisa radiante.
"¡Hola! Soy Tomás. ¿Qué haces aquí?" - preguntó emocionado.
"¡Hola, Tomás! Soy Lucía. Estoy creando un reino de hadas. ¿Te gustaría ayudarme?" - respondió ella, moviendo su manos como si realmente invocara a las hadas.
Tomás nunca había creado un reino de hadas antes, pero la idea le pareció genial.
"Sí, ¡me encantaría!" - dijo mientras se sentaba a su lado.
Pasaron la tarde recolectando hojas, flores, y hasta piedras coloridas. La imaginación de Lucía era contagiosa y pronto Tomás se unió a ella en su mundo mágico.
"Mirá, podemos hacer un camino de flores hasta el castillo de las hadas" - dijo Lucía mientras decoraba un pequeño tronco caído.
"¡Y podemos hacer que las hojas sean los puentes! Puedo traer unos crayones y dibujar un mapa del reino" - respondió Tomás, entusiasmado.
Los dos niños empezaron a trabajar juntos, y mientras lo hacían, se fueron conociendo. Lucía le contó sobre su amor por la naturaleza y cómo soñaba con ser una artista. Tomás, por su parte, compartió su pasión por los dinosaurios y cómo pasaba los fines de semana dibujando aventuras.
Sin embargo, cuando regresaron al día siguiente, Lucía se encontró con un problema. Al llegar, vio que algunos adultos estaban cortando las plantas alrededor del jardín.
"¡Tomás! No podemos dejar que se lleven nuestras hadas. Debemos hacer algo" - exclamó Lucía preocupada.
Tomás sintió un nudo en la panza. No sabía cómo detenerlos.
"Pero, ¿qué podemos hacer? Son grandes y fuertes..." - respondió él, dándole la mano.
"¡Pero nosotros tenemos nuestro reino! Las hadas necesitan ayuda. Si nos unimos, tal vez podamos convencerlos de que no sigan" - propuso Lucía, mostrando su determinación.
Unidos por el deseo de salvar su mágico lugar, Tomás y Lucía decidieron hablar con los adultos.
"Disculpen, señor. ¡Estamos jugando aquí!" - empezó Tomás, mirando al hombre que estaba podando.
"Sí, es muy importante para nosotros. Las flores son parte de un reino que hemos creado, y las hadas nos necesitan" - agregó Lucía con su voz más firme.
Los adultos, sorprendidos por la pasión en las palabras de los niños, decidieron escucharlos.
"¿Un reino de hadas? Eso suena interesante, pero necesitamos el espacio para que puedan jugar los demás niños" - comentó una mujer, mirándolos con curiosidad.
Los niños se miraron, pensando rápido.
"Podemos ayudar a que el lugar sea divertido para todos, pero necesitamos que haya flores y árboles. Podríamos plantar más juntos" - sugirió Tomás, con más confianza ahora.
Los adultos se miraron entre sí, y tras un momento, uno de ellos sonrió.
"Esa es una gran idea. ¿Qué les parece si organizamos un día de plantación?" - propuso el hombre.
Los niños se alegraron y comenzaron a hacer planes con los adultos. Durante la semana siguiente, juntaron a varios vecinos y amigos del barrio, y el jardín se llenó de risas, flores y nuevos árboles. Al final del día, Lucía y Tomás miraron su maravilloso trabajo.
"¡Lo logramos! Nuestra amistad además creó algo hermoso" - dijo Lucía, mirando el jardín lleno de vida.
"Sí, y aprendimos que no hay que tener miedo de hablar, así se hace oír la voz de las ideas" - reflexionó Tomás.
Desde ese día, no solo compartieron su reino de hadas, sino que también iniciaron un club de jardinería. Juntos aprendieron sobre la naturaleza, la amistad y la importancia de cuidar su entorno. Y en cada primavera, al ver florecer su jardín, recordaban cómo un simple encuentro pudo transformar todo a su alrededor.
Los niños habían descubierto que un buen amigo puede ser el mejor compañero para enfrentar cualquier aventura en la vida.
FIN.