El jardín de amor eterno
Había una vez en un mundo recién creado, donde los árboles bailaban con el viento y las montañas cantaban al amanecer.
Todo era perfecto, pero a Dios le faltaba algo importante: ¡los seres humanos! Un día, Dios decidió crear a los seres humanos para que pudieran disfrutar de su maravillosa creación. Con mucho cuidado y cariño, moldeó la arcilla y sopló vida en ella. Así nacieron Adam y Eva, los primeros seres humanos.
Adam y Eva eran curiosos por naturaleza. Les encantaba explorar el mundo que los rodeaba y descubrir nuevas cosas cada día. Un día, mientras paseaban por el jardín, se encontraron con una sorpresa.
- ¡Mira Eva! ¡Es un pequeño pajarito herido! -exclamó Adam con tristeza. - Debemos ayudarlo a sanar -respondió Eva con determinación. Los dos se pusieron manos a la obra para cuidar al pajarito herido.
Lo alimentaron, lo abrigaron y le dieron cariño hasta que finalmente volvió a volar libre por el cielo. Dios observaba orgulloso la bondad de sus creaciones. Les había dado el regalo más preciado: el amor incondicional hacia todas las criaturas del mundo.
Pero un día, una gran tormenta amenazó con destruir todo lo que habían construido. Los árboles temblaban de miedo y las montañas lloraban desconsoladas. - ¡Debemos hacer algo para salvar nuestro hogar! -exclamó Adam con valentía. - Tienes razón, juntos podemos lograrlo -respondió Eva con determinación.
Adam y Eva trabajaron codo a codo para proteger su mundo de la tormenta. Construyeron refugios para los animales, plantaron nuevos árboles y limpiaron los ríos contaminados.
Su amor por la naturaleza les dio fuerzas para seguir adelante incluso en los momentos más difíciles. Finalmente, la tormenta pasó y el sol volvió a brillar sobre ellos. El mundo estaba más vivo que nunca gracias al esfuerzo de Adam y Eva por cuidarlo.
Dios sonrió al ver cómo sus creaciones habían aprendido a amarse no solo entre ellos sino también a todo lo que les rodeaba.
Les había dado la oportunidad de ser guardianes de su maravillosa creación, demostrando así que el mayor regalo que había dado al mundo era el amor incondicional entre todos sus habitantes.
FIN.