El Jardín de Anavelia



En un pequeño pueblo llamado Villa Cañas, había una niña llamada Anavelia que vivía en una casa colorida rodeada de un hermoso jardín. Desde muy pequeña, Anavelia se había apasionado por las flores. Pasaba horas cuidando cada planta, dándoles cariño y agua. Soñaba con tener el jardín más bonito del pueblo.

Un día, mientras Anavelia regaba sus flores, escuchó risas provenientes del parque cercano. Se asomó y vio a un grupo de niños riéndose. Entre ellos estaba Lautaro, el más popular de la escuela.

"¡Mirá a la chica esa! Siempre está con sus flores!" - se reía Lautaro, señalando a Anavelia.

Los otros niños también se rieron y comenzaron a imitarla, haciendo gestos como si estuvieran regando el jardín. Anavelia sintió que su corazón se encogía, pero decidió que no iba a dejar que eso la detuviera. Así que, en lugar de esconderse, se acercó al grupo.

"Hola chicos, ¿quierens ayudarme a regar mis flores? Les prometo que es muy divertido!" - dijo Anavelia con una sonrisa.

Los niños se miraron confundidos. No esperaban esa respuesta de ella.

"¿Ayudarte? ¿Por qué haríamos eso?" - preguntó Lautaro.

Anavelia se encogió de hombros.

"Porque las flores son hermosas y cada una tiene su propio color. Si quieren, pueden elegir una y aprender sobre ella.”

Los niños, sorprendidos por la invitación, se acercaron a mirar las flores. Anavelia comenzó a explicarles sobre cada planta, su nombre y cómo cuidarlas. A medida que hablaba, los niños comenzaron a interesarse realmente.

"Mirá esta, es una margarita. Si la cuidas bien, puede crecer todo el verano!" - dijo Anavelia, señalando una flor con pétalos blancos.

"Nunca supe que las flores podían ser tan geniales" - comentó uno de los niños.

Lautaro, sintiéndose un poco avergonzado por sus acciones, dijo:

"Siempre pensé que era aburrido, pero ahora quiero probarlo."

Anavelia, sonriendo, les ofreció algunas semillas.

"Si quieren, pueden plantar sus propias flores en sus casas y cuidarlas como yo! Les puedo enseñar cómo."

Los niños se miraron entre sí y acordaron pasar tiempo uniendo sus esfuerzos para cultivar un pequeño jardín comunitario. Todos juntos plantarían flores en un terreno vacío del parque.

Pasaron los días, y cuando los niños comenzaron a hacer sus tareas del jardín, se dieron cuenta de que trabajar juntos creaba un lazo especial entre ellos. Anabelia se convirtió en su guia, y así, el grupo de niños se transformó. La piscina de risas se transformó en una enriquecedora experiencia de aprendizaje.

Un mes después, el terreno vacío se llenó de colores y aromas, y el jardín de flores floreció en todo su esplendor. Anavelia sintió gran felicidad al ver que sus compañeros la habían aceptado, y que no solo habían comenzado a respetarla, sino que ahora la consideraban su amiga.

Un día, mientras admiraban su trabajo, Lautaro se dirigió a Anavelia y dijo:

"Gracias por mostrarnos lo hermoso que es cuidar las flores, Anavelia. Perdóname por haberte hecho sentir mal antes.”

Ella sonrió, sintiendo que su sueño de tener un jardín no solo se había cumplido, sino que también había creado un hermoso espacio compartido con sus nuevos amigos.

"No hay problema, a veces sólo necesitamos entendernos un poco más. Cada flor es única, ¡igual que nosotros!" - respondió Anavelia.

Y así, en Villa Cañas, no solo florecieron las flores, sino también la amistad entre los niños. Aprendieron que juntos podían crear algo bonito y que todos merecen ser tratados con respeto.

Desde entonces, el jardín de Anavelia se convirtió en un lugar muy especial donde todos podían jugar, aprender y, sobre todo, ser amigos. Y así, la risa y las flores llenaron el aire, mostrando que lo importante no son las diferencias, sino lo que podemos construir juntos.

Siempre recordarían que la amabilidad puede cambiar situaciones difíciles y lo que parece un pequeño acto de bondad puede terminar en una gran conexión, como una flor que florece en primavera.

FIN.

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