El Jardín de Colores
Había una vez en un pequeño pueblo un niño llamado Tomi, que tenía una gran pasión por los colores. Le encantaba dibujar paisajes con lápices brillantes y dar vida a criaturas imaginarias. Sin embargo, Tomi era diferente, tenía autismo. Para él, el mundo podía ser un lugar abrumador, lleno de sonidos y luces que a veces le resultaban difíciles de manejar.
Un día, Tomi decidió abrir un jardín en su casa. Quería llenarlo de flores de todos los colores que amaba, pero cuando lo comentó en la escuela, algunos de sus compañeros se reían.
"¿Un jardín? ¡Eso suena aburrido!" dijo Carla.
"¿Por qué no jugás al fútbol como todos?" agregó Lucas.
Tomi se sintió triste, pero no se rindió. Comenzó a plantar semillas, regarlas y esperar a que crecieran. Con el tiempo, su jardín se llenó de hermosas flores de todos los colores; la lavanda, los girasoles y las rosas venían a la vida, llenando su mundo de alegría.
Un día, su maestra, la señora Ana, propuso un evento en la escuela llamado "El Festival de Colores" donde todos los alumnos debían llevar algo que representara sus talentos.
Tomi decidió mostrar su jardín. Aunque estaba nervioso, se preparó todo lo que pudo y en el día del festival, llevó algunas flores y dibujos de sus paisajes.
Al llegar, se dio cuenta de que algunos niños lo miraban con curiosidad.
"¿Esas flores son de tu jardín?" preguntó Sofía, quien siempre había sido amable con él.
"¡Sí! son colores que dibujé y planté", respondió Tomi con una voz suave, pero llena de emoción.
Al ver el jardín y los dibujos, cada vez más niños se acercaron.
"¿Puedo tocar una?" preguntó Lucas tímidamente, recordando lo que había dicho antes.
"¡Claro! son para todos", respondió Tomi, sonriendo.
A medida que pasaba el tiempo, los niños comenzaron a entender que cada flor contaba una historia, una parte del mundo de Tomi. Se pusieron a hablar sobre cuál era su color favorito y cómo cada uno podía hacer algo especial con la naturaleza.
Pero no todo fue fácil. Algunos de los mismos compañeros que antes se habían reído comenzaron a burlarse nuevamente.
"¡Ves lo aburrido que es!" dijo Carla.
"No sabes jugar, Tomi" agregó Lucas, aunque esta vez no lo dijo con el mismo tono.
Sin embargo, en ese momento, Sofía se puso de pie y dijo:
"¡No es aburrido! ¡Son historias! Tomi tiene un poder especial para mostrar cosas que no vemos. Deberíamos aprender de él!"
El resto de los niños comenzó a murmurarse entre ellos, y Tomi sintió que su corazón se llenaba de calidez.
"Todos somos diferentes, y eso hace que el mundo sea más bonito. Cada uno tiene algo especial que aportar", continuó Sofía.
Y así, el festival se convirtió en un espacio donde todos compartían sus talentos y aprendían unos de otros.
Al final del día, todos se acercaron a Tomi y lo abrazaron.
"No sabía que un jardín podía contar tantas historias", dijo Lucas, con una sonrisa en el rostro.
"Gracias por mostrarme un mundo nuevo, Tomi", añadió Carla.
Desde ese día, el jardín de Tomi no solo floreció en colores, sino también en amistad. Los niños aprendieron a ser más empáticos y a valorar las diferencias. Y sobre todo, entendieron que cada persona, sin importar cuán diferente, tenía algo poderoso que aportar al mundo.
Así, el jardín de Tomi se convirtió en un homenaje a la inclusión, donde cada color representaba no solo a una flor, sino también a diversas personalidades y talentos que unían a todos.
Fin.
FIN.