El Jardín de Colores



Había una vez, en un colorido pueblo llamado Arcoiris, dos amigos inseparables: Lía, una niña alegre con cabellos rizados y ojos chispeantes, y Tomás, un niño curioso que siempre llevaba una gorra verde. Ellos compartían risas, juegos y aventuras en su jardín mágico, lleno de flores de todos los colores.

Un día, mientras exploraban el jardín, Lía descubrió una planta que nunca antes habían visto. Era una hermosa flor de un color dorado, que brillaba bajo el sol como si tuviese su propia luz. Ambas criaturas estaban asombradas por su belleza.

"¡Mirá, Tomás! ¡Qué flor tan impresionante! ¿De dónde habrá salido?" - exclamó Lía, con los ojos abiertos de par en par.

"No lo sé, Lía. Nunca había visto algo así…" - respondió Tomás, sintiéndose un poco incómodo.

A medida que los días pasaban, esa flor dorada comenzó a crecer más y más, llamando la atención de todos en el pueblo. Lía siempre se aseguraba de cuidarla, mientras que Tomás comenzaba a sentirse completamente atrapado en su sombra.

Un día, Lía le dijo a Tomás:

"¡Vamos a mostrarle a todos en el pueblo lo especial que es nuestra flor dorada!"

Tomás, aunque se sentía feliz por el entusiasmo de su amiga, no podía evitar sentir un pequeño bicho raro en su pecho. Cada vez que Lía hablaba sobre la flor, una chispa de envidia se encendía en su corazón.

"¿Por qué la flor siempre es más hermosa cuando tú estás cerca?" - pensó Tomás, mientras miraba cómo Lía se llenaba de alegría cuidándola.

Un día, mientras Lía preparaba una presentación para el pueblo, Tomás decidió hacer algo. Pensó que si la flor se marchitaba, la atención no estaría en ella, sino en ellos. Con esa idea en mente, Tomás cortó un pequeño pedazo de la hoja de la planta, pero justo en ese momento, Lía entró al jardín.

"¡Tomás! ¿Qué estás haciendo?" - preguntó ella, alarmada.

Cuando Tomás vio la tristeza en los ojos de su amiga, se dio cuenta de que había hecho algo terrible.

"Lo siento, Lía. Tenía un mal sentimiento. Me dejé llevar por la envidia" - confesó él con la voz temblorosa.

Lía, aunque estaba decepcionada, entendía que a veces los sentimientos podían ser complicados.

"Está bien, Tomás. Todos sentimos envidia a veces. Lo importante es cómo manejamos esos sentimientos. Podemos aprender juntos a disfrutar de lo que tenemos sin compararnos con otros" - le dijo Lía, sonriendo.

Tomás prometió que nunca dejaría que la envidia lo guiara de nuevo. Juntos, comenzaron a regar la flor dorada todos los días, y pronto vio que las flores de su jardín estaban igualmente bellas y llenas de vida.

Cuando llegó el día de mostrar la flor al pueblo, Lía y Tomás compartieron su experiencia.

"¡Vamos a celebrar nuestros talentos y lo que hemos creado juntos!" - dijo Tomás, recordando lo que habían aprendido.

Así, el pueblo no sólo vio la flor dorada, sino también el vínculo fuerte entre Lía y Tomás. Desde ese día, aprendieron que cada uno tiene algo especial para ofrecer, y que juntos podían crear un jardín aún más hermoso.

Y así, el jardín de Lía y Tomás floreció, lleno de colores, sonrisas y amor, libre de la envidia, donde cada niño y niña aprendió a apreciar su propia belleza y a valorar a los demás.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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