El Jardín de Colores de Mateo



En una pequeña ciudad de Argentina, había un niño llamado Mateo. A Mateo le encantaba experimentar con los colores, las formas y los sonidos. Su mundo era diferente. En su mente, cada color tenía su propia melodía, y cada sonido, su propia textura. Sin embargo, a menudo, sus compañeros no entendían su manera de ver el mundo y, a veces, lo dejaban afuera de los juegos.

Un hermoso día de primavera, Mateo decidió que quería compartir su mundo mágico con sus amigos, así que los invitó a su casa. Nervioso pero emocionado, pensó en cómo podría mostrarles lo que él veía.

"¡Hola, amigos! ¡Los invité para que vengan a jugar a mi jardín de colores!"

"¿A un jardín de colores?" preguntó Lisa, con curiosidad.

"Sí, ¡vengan!" dijo Mateo, con una sonrisa brillante.

Al llegar, los amigos se encontraron con un jardín lleno de flores de todos los colores que se podían imaginar. Mateo había pintado algunas piedras y colgado cintas de colores alrededor.

"¡Miren! Cada flor tiene su propia melodía. A esta le llamo 'El baile del sol'."

Mateo acarició una flor amarilla y, al tocarla, se escuchó un sonido suave y alegre. Los amigos quedaron encantados.

"¡Wow, eso es increíble!" exclamó Tomás.

"¿Y qué más hay?" preguntó Sofía, intrigada.

Mateo sonrió y los llevó hacia una gran lona que había preparado.

"Aquí podemos hacer arte. Cada color representa un sentimiento. ¿Quieren probar?"

Los amigos comenzaron a pintar, usando los colores que Mateo había preparado. Mientras pintaban, comenzaron a hablar sobre lo que cada color significaba para ellos.

"El rojo me hace sentir feliz, como cuando juego al fútbol", dijo Tomás.

"A mí me gusta el azul, me hace pensar en el mar, y eso me calma", agregó Sofía.

Mateo, al oírlos, sintió una conexión.

"A mí el verde me hace sentir tranquilo, como en el bosque. A veces, me gusta quedarme en silencio mientras escucho los sonidos de la naturaleza".

Pero ahí fue cuando la magia empezó a desvanecerse. Un fuerte viento sopló, llevándose los papeles de colores y desorganizando todo.

"¡Oh no!" gritó Lisa, corriendo a atraparlos.

"No se preocupen, ¡podemos solucionarlo!" dijo Mateo con firmeza.

Con un nuevo impulso, empezaron a recoger los pedazos de papel por todo el jardín y a aprender a trabajar juntos. Mateo los guió, sugiriendo cómo crear un mural hermoso con los papeles que habían recogido.

"No importa que nuestras cosas se desordenen. Juntos podemos hacer algo nuevo y mejor", dijo Mateo con una sonrisa.

Y así, transformaron un momento caótico en una oportunidad para crear. Al final, ese mural no sólo representaba el arte, sino también la amistad.

"¡Mateo, esto es increíble!" exclamó Sofía al ver su trabajo.

"Lo hicimos juntos, gracias por venir y permitirme mostrarles mi mundo".

Los amigos se fueron a casa con una sensación nueva, aprendiendo que mirar el mundo desde la perspectiva de alguien más puede ser mágico y enriquecedor.

Desde ese día, cada vez que jugaban, Mateo siempre era incluido, y ellos, a su vez, aprendieron a apreciar las diferencias y a ver el color en todo lo que hacían.

Y así, el jardín de colores de Mateo se convirtió en un lugar especial donde todos podían ser parte de su mágico mundo.

FIN.

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