El Jardín de Dalmira
Era una vez, en un pequeño pueblo llamado Florentina, un jardín mágico que pertenecía a una anciana llamada Dalmira. Este jardín era famoso por sus flores de colores brillantes y sus árboles frutales que florecían todo el año. Pero lo que hacía a este jardín realmente especial eran sus habitantes: un grupo de animales que vivían en armonía con Dalmira.
Cada mañana, Dalmira salía a regar las plantas y cuidar de sus amigos. Un día, mientras acariciaba a su gato Tomás, escuchó un ruido extraño.
- ¿Qué fue eso, Tomás? - preguntó Dalmira, mirando a su alrededor.
- ¡Miau! - respondió Tomás, con curiosidad.
Dalmira siguió el sonido y se encontró con un grupo de pequeños pájaros que habían hecho un nido en una de sus ramas. Pero el nido estaba en peligro, ya que un fuerte viento comenzaba a soplar.
- ¡Oh no! ¡Debemos ayudar a esos pajaritos! - exclamó Dalmira.
- ¡Sí, Dalmira! - dijo Lucas, el ratón, que apareció corriendo. - ¿Qué podemos hacer?
- Necesitamos proteger el nido. Tal vez podamos hacer algo con las flores que están cerca - sugirió Dalmira.
Junto con sus amigos, Dalmira construyó una pequeña barricada con ramas y flores, evitando que el viento derribara el nido. Cuando terminaron, los pajaritos estaban a salvo.
- ¡Gracias! - cantaron los pájaros, alegrándose de ver que estaban a salvo. - Ustedes son los mejores amigos.
Dalmira sonrió, pero al día siguiente, el viento regresó con más fuerza, y esta vez, su jardín fue afectado. Algunas flores fueron arrancadas de raíz y los árboles comenzaron a inclinarse.
- ¡Oh no! - lamentó Dalmira. - ¡Mi jardín!
- No te preocupes, Dalmira. Podemos plantar más flores juntos, ¡y serán aún más hermosas! - dijo Sofía, la tortuga, con optimismo.
- ¡Sí! - se unió Tomás. - Y, además, eso nos dará la oportunidad de trabajar en equipo y aprender sobre cada tipo de planta.
Dalmira, con nuevas fuerzas, miró a sus amigos y dijo:
- ¡Ustedes tienen razón! Vamos a replantar el jardín y convertirlo en un lugar aún más hermoso.
Así que, comenzaron a trabajar. Cada día, cultivaban nuevas semillas, aprendían sobre los colores y olores de las flores, y cuidaban el jardín con mucha dedicación. Los animales también enseñaron a Dalmira sobre la importancia de la paciencia, al observar cómo crecen las plantas poco a poco.
Pasaron algunas semanas y el jardín comenzó a florecer de nuevo. Pero esta vez era diferente; las flores brillaban más que nunca y el aire olía a alegría. Un día, mientras Dalmira estaba admirando su trabajo, escuchó un canto dulce nuevamente.
- ¡Mira, Dalmira! - dijo Lucas, señalando al cielo. - Los pájaros regresaron.
Todos levantaron la vista y vieron a los pájaros volando en círculos, cantando en agradecimiento.
- Su jardín es un lugar mágico, Dalmira - dijo uno de los pájaros. - Vienes aquí porque nos cuidas y eres parte de nuestra familia.
Dalmira sonrió emocionada. Aquel jardín se había convertido en un símbolo de amistad y trabajo en equipo. Se dio cuenta de que no solo había creado un espacio hermoso, sino un hogar donde todos podían aprender, crecer y ser felices juntos.
Y así, Dalmira y sus amigos continuaron cuidando del jardín. Cada año, celebraban juntos la llegada de la primavera, recordando que, aunque los vientos podían ser fuertes, la unión y el amor siempre prevalecían.
A partir de entonces, el jardín de Dalmira no solo era lindo, sino también un lugar lleno de historias, risas y valiosas lecciones.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.