El Jardín de Emociones
En un pequeño pueblo llamado Colores, había un jardín mágico lleno de flores brillantes que representaban las emociones de los habitantes. Cada vez que una emoción era sentida, una nueva flor brotaba en el jardín. Al entrar al jardín, los niños podían aprender sobre sus sentimientos y cómo gestionarlos.
Un día, Sofía y Tomás, dos amiguitos, se encontraron en el jardín. Sofía estaba triste porque su perrito no había querido jugar con ella.
"¿Por qué estás tan seria, Sofía?" - preguntó Tomás.
"Mi perrito no me quiere jugar, y eso me hace sentir mal," - respondió ella, mirando al suelo.
Tomás observó las flores del jardín, que lucían radiantes y felices.
"Mirá, esas flores son de ternura. Quizás si le das un poco de cariño, tu perrito quiera jugar contigo," - sugirió.
Sofía sonrió, pero de repente, un fuerte viento agitó las ramas de los árboles y una nube negra pasó sobre sus cabezas, haciendo que varias flores de irritación comenzaran a brotar.
"¿Qué fue eso?" - preguntó Sofía.
"Creo que hay algo de tensión en el aire," - dijo Tomás, mirando alrededor.
De repente, vieron a dos niñas discutiendo, empujándose y lanzándose palabras hirientes.
"¡Dejen de pelear!" - gritó Tomás.
Durante un instante, todos los colores del jardín parecieron desvanecerse.
"Esto no puede quedar así," - dijo Sofía, decidida.
Se acercaron a las niñas, que se llamaban Clara y Luisa.
"¿Por qué pelean?" - preguntó Sofía.
"¡Ella se lleva mis juguetes!" - se quejaba Clara.
"¡Yo no! ¡Siempre me los quita!" - decía Luisa, furiosa.
Sofía miró a Tomás y él le hizo un gesto para que se acercara más.
"Chicas, parece que ambas están muy enojadas. Tal vez podríamos encontrar una solución juntas," - propuso Tomás.
Las niñas lo miraron con desconfianza, pero luego Clara aceptó.
"No quiero pelear, me siento mal," - admitió.
"Yo también," - dijo Luisa, bajando la mirada.
Sofía, con su corazón lleno de ternura, sugirió:
"¿Qué tal si organizamos un juego con todos los juguetes? Así, cada una puede jugar y compartir lo que más le gusta."
Una luz brillante iluminó el jardín, y brotaron más flores de amor.
Las niñas se miraron, y comprendieron que compartir era mucho mejor que pelear.
"¡Es una gran idea!" - exclamó Clara.
"Sí, eso sí." - dijo Luisa, sonriendo por primera vez.
Con un esfuerzo conjunto, comenzaron a jugar y a llenar de risas el jardín.
Al poco tiempo, Sofía y Tomás se unieron a ellas, y el jardín convirtió las emociones de tensión en serenidad.
Cuando terminaron, las flores brillaban con más intensidad que nunca.
"Cada emoción que sentimos es importante; solo debemos aprender a gestionarlas,” - reflexionó Sofía.
Al caer la tarde, las cuatro amigas prometieron cuidarse y apoyarse mutuamente.
"Desde ahora, haremos del Jardín de Emociones nuestro lugar especial para compartir y aprender juntos," - dijo Tomás, mientras la luna comenzaba a brillar en el cielo.
Y así, en el Jardín de Emociones, los niños aprendieron que todas las emociones tienen su lugar y que la comunicación y el cariño siempre pueden transformar los momentos difíciles en oportunidades de crecimiento y amistad.
FIN.