El Jardín de Historias de Papá



Había una vez, en un pintoresco barrio de Buenos Aires, un niño llamado Lucas. Lucas era un pequeño curioso, siempre con más preguntas que respuestas, y un amor por la aventura que lo llevaba a explorar cada rincón del parque. Sin embargo, había algo que a Lucas no le atraía tanto: los libros. Para él, eran solo montones de palabras en páginas que no prometían la emoción de un juego o una pelota.

Un día, mientras jugaba en el jardín, escuchó la voz profunda de su papá llamándolo.

"¡Lucas! Vení un momento, tengo algo especial para contarte."

El niño corrió hacia su padre, que estaba sentado en una silla con un viejo libro en las manos.

"¿De qué se trata, Papá?" - preguntó Lucas, algo intrigado.

"Hoy te contaré sobre una de mis aventuras más emocionantes. ¿Te acordás de aquel viaje que hicimos a la montaña?"

Lucas asintió, recordando la gran travesía.

"En esa montaña, me encontré con un anciano que me relató la historia de un tesoro escondido bajo un árbol gigantesco. Decían que el que lo encontrara recibiría una recompensa inimaginable, pero..." - hizo una pausa dramática. "Había un dragón protegiéndolo. ¿Te parece interesante?"

Los ojos de Lucas se iluminaron. "¡Sí! ¡Seguí!"

Y así, con cada relato que su papá contaba, Lucas se sumergía más y más en el mundo de la imaginación. Las historias de su padre estaban llenas de personajes fantásticos, lugares mágicos y aventuras sorprendentes. Sin embargo, había algo que Lucas no sabía: cada historia que escuchaba había sido extraída de un libro.

Después de varios días de emocionantes relatos, Lucas decidió que quería leer por sí mismo, pero, al mirar los libros en la estantería, sintió un escalofrío. Los libros parecían mirar hacia él, y de inmediato se sintió un poco asustado.

"Papá, ¿y si las historias no son tan emocionantes como las que contás?" - se preocupó Lucas.

"Pequeño, cada libro tiene su magia. A veces, solo hay que atrevernos a abrirlo y dejar que nos cuente su historia. ¿Por qué no lo intentás?" - sugirió su papá con una sonrisa.

Decidido a dar el paso, Lucas eligió un libro de la estantería: "El Jardín de las Maravillas". Al abrirlo, se encontró con palabras que danzaban en las páginas y creaban imágenes en su mente. Las primeras líneas fueron lentas, pero pronto se sintió cómodo y empezó a reír y emocionarse cada vez más.

Un día, al volver del colegio, Lucas exclamó ante su papá. "¡Descubrí un nuevo mundo! Hay un jardín donde las flores cantan y los árboles hablan. ¡Pero lo más increíble es un pez viajero que va de aventura en aventura!"

"¡Eso es!" - respondió su padre entusiasmado. "Ese es el poder de la lectura. Te lleva a lugares lejanos sin salir de casa. ¿Ves lo que te decía?"

Cada tarde, Lucas compartía con su papá lo que había leído.

"Papá, ¿puedo contarles a mis amigos sobre el pez viajero?" - preguntó emocionado.

"Por supuesto, hijo. Compartir historias es tan importante como leerlas. Así que, ¡contá lo que más te guste!" - animó su papá.

El Club de Lectura de Lucas se formó en el patio de su casa. Allí, con sus amigos, empezaron a compartir sus descubrimientos literarios. Pequeños narradores en potencia, contaban aventuras y inventaban nuevas historias inspiradas en sus lecturas.

El tiempo pasó y Lucas se convirtió en un apasionado lector, siempre dispuesto a descubrir un nuevo libro. Un día, se encontró con un libro que hablaba de un personaje que amaba contar historias.

"¡Papá! ¡Mirá! Este es el libro de alguien que se parece a vos!" - le gritó con entusiasmo.

Su padre sonrió, "Quizás yo también tengo algo de ese personaje. La lectura tiene esa magia, Lucas, transforma a las personas. Es un viaje del que nunca querés regresar."

Y así, en cada página que pasaba, Lucas entendió que su amor por la lectura había comenzado con las anécdotas de su papá. Desde aquel día, las historias se convirtieron en el hilo que unía al hijo y al padre.

El jardín de historias que se había sembrado en la mente de Lucas floreció en su corazón, y ahora él también quería ser un contador de cuentos, igual que su papá. De esta manera, el niño que alguna vez tuvo miedo de adentrarse en los libros se transformó en un aventurero de las letras y las palabras, una vez más recordando que la verdadera magia de los libros no era solo leer, sino compartir.

Y así, continuaron explorando juntos el vasto universo literario, entre risas y cuentos, creando un lazo que nunca se rompería.

FIN.

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