El Jardín de Juan



Había una vez en un pequeño vecindario, un hombre llamado Juan. Juan era conocido por todos como un hombre de mal humor, que siempre fruncía el ceño y raramente sonreía. A menudo lo veían pasear por la calle con su cabeza gacha y su andar apurado. Todo el mundo se apartaba de su camino, asustados, porque nadie quería cruzar sus miradas.

Su vecino, el simpático y alegra Vicente, tenía un jardín hermoso lleno de flores de colores y mariposas. Vicente siempre sonreía y saludaba a Juan con mucho ánimo.

"¡Hola, Juan! ¡Qué día tan lindo para disfrutar al aire libre!" - decía Vicente, con una sonrisa deslumbrante.

Pero Juan solo respondía con un gruñido y apuraba el paso.

"¿Por qué es tan alegre?" - pensaba Juan "¡La vida es dura y no hay tiempo para sonrisas!".

Un día, mientras Juan regresaba a casa después de hacer algunas compras, vio a Vicente regando sus flores. Los colores vibrantes llenaban el aire de alegría. Juan frunció el ceño aún más, sintiendo que la felicidad de su vecino lo molestaba.

"¿Por qué no puede estar triste como yo?" - se decía a sí mismo. En ese momento, una idea pasó por su mente. Decidió que no quería que Vicente estuviera feliz, y se puso a pensar en un plan.

Pasaron los días y Juan se dedicó a hacer ruidos extraños cada vez que Vicente regaba sus flores. Golpeaba su bote de basura para que sonara fuerte.

"¡Pum! ¡Pum!" - hacía el ruido, esperando que Vicente se molestara. Pero Vicente simplemente seguía sonriendo.

"¡Hola, Juan! ¿Necesitás ayuda con algo?" - preguntó Vicente un día, inocente como siempre.

Juan, enojado, gritó,

"¡No necesito ayuda! ¡Y deja de hacer esas flores tan hermosas!".

Vicente lo miró sorprendido, pero luego sonrió aún más. "Las flores son sólo un reflejo de la alegría que tengo en el corazón, Juan. Tal vez deberías intentar sonreír un poco más también."

Juan no pudo entenderlo. "¿Sonreír? ¿Para qué?" - pensó. Así que continuó con su plan, que parecía no darle el resultado que esperaba.

Una mañana, mientras Juan regaba su propio pequeño jarrón de plantas marchitas, se dio cuenta de algo. Las hojas estaban secas y la tierra, dura. Entonces se le ocurrió que quizás el jardín no era el único que necesitaba atención.

Así que, una tarde, decidió mirar lo que Vicente hacía con sus flores. Se acercó, aunque un poco dudoso. Vicente estaba plantando nuevas semillas y llenando de buena tierra.

"¿Por qué haces eso, Vicente?" - preguntó Juan, algo curioso.

Vicente respondió con entusiasmo. "Porque quiero que mis flores crezcan fuertes y hermosas. Pero no solo eso, también siempre espero algo bueno para el futuro."

Algo hizo clic en la cabeza de Juan. Podía sentir que había algo especial en las palabras de Vicente.

Con un gesto algo torcido para no mostrarse muy interesado, Juan dijo:

"Tal vez... tal vez te pueda ayudar con eso".

Vicente sonrió y le pasó un par de semillas. "Aquí tenés, Juan, plantá estas y juro que te vas a sorprender."

Juan tomó las semillas y las plantó, aunque con un aire de desconfianza. Sin embargo, cada día volvía a mirar su pequeño jarrón. Con el tiempo, empezó a ver un par de hojas verdes asomarse.

Para su sorpresa, las plantas comenzaron a florecer. Cuando miró lo que había conseguido, una sensación de alegría lo invadió.

"¿Esto puede significar que soy capaz de crear belleza?" - pensó para sí mismo.

Así fue como poco a poco, Juan fue cambiando. Se vio menos malhumorado y comenzó a sonreír un poco.

Un día, decidió llevar algunas flores a Vicente y lo encontró trabajando en su jardín.

"¡Hola, Vicente! Aquí tenés, son flores de mi jardín. No son tan bellas como las tuyas, pero son sinceras" - dijo Juan, regalando una sonrisa genuina.

Vicente, asombrado, le respondió sonriendo. "¡Son hermosas, Juan!"

Desde entonces, Juan y Vicente se hicieron buenos amigos.

A veces, todo lo que necesitamos es un poco de amor y cuidado, tanto hacia nosotros como hacia los demás. Y así, hasta el más malhumorado puede transformar su jardín y su corazón.

FIN.

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