El Jardín de la Alegría
En un pequeño pueblo de Argentina, vivía una niña llamada Sofía. Sofía tenía una hermosa sonrisa que podía iluminar el día más nublado. Su alegría de vivir era contagiosa y todos sus amigos la querían mucho. Pero Sofía tenía un pequeño secreto: en su corazón, a veces se sentía triste porque pensaba que no había suficiente felicidad en el mundo.
Un día, mientras caminaba por el mercado del pueblo, Sofía escuchó a un anciano llamado Don Ramón que contaba historias a un grupo de niños. Él decía:
"La alegría es como una semillita, si la siembras, crece y florece en cualquier lugar."
Intrigada por esas palabras, Sofía se acercó y preguntó:
"¿Cómo puedo sembrar alegría, Don Ramón?"
"Primero, debes encontrar tu jardín interior y llenarlo de cosas que te hagan feliz. Luego, comparte esa felicidad con los demás."
Sofía pensó en su jardín interior y se dio cuenta de que había muchas cosas que la hacían feliz: sus amigos, su familia, los colores del atardecer, y sobre todo, los días soleados. Esa tarde, decidió comenzar a sembrar alegría.
Sofía se reunió con sus amigos, Martín, Ana y Lucas, y les dijo:
"¡Vamos a crear un jardín de alegría en el parque!"
Los niños, emocionados, agregaron:
"¿Qué tipo de jardín?"
"¡Un jardín lleno de risa, color y buenas acciones!" - respondió Sofía con una sonrisa.
Así que los cuatro amigos se pusieron manos a la obra. Pintaron piedras de colores, plantaron flores y comenzaron a escribir mensajes de alegría en hojas de papel que colgaron por todo el parque.
Pero un día, mientras estaban en el parque, llegó un nuevo vecino, Don Felipe, un anciano que siempre lucía gruñón y serio. Cuando vio lo que los niños estaban haciendo, frunció el ceño y dijo:
"¿Qué hacen aquí? Esto es un lugar aburrido, no necesitamos pintura ni flores."
Sofía, sin rendirse, se acercó a él y dijo:
"¡Pero Don Felipe, la alegría puede hacer que este lugar sea especial! ¡Mire cuánta felicidad estamos creando!"
Sin embargo, Don Felipe se negó a escuchar y se marchó. Los niños se sintieron desanimados, pero Sofía los animó a seguir adelante.
"A veces la alegría demora un poco en llegar, pero nunca debemos dejar de compartirla."
Los días pasaron, y mientras seguían trabajando en su jardín, comenzaron a notar que algunos vecinos se acercaban, sonriendo y ayudando. Hasta que un día, mientras regaban las flores, Don Felipe apareció de nuevo. Esta vez, se detuvo a observar.
"¿Qué pasa aquí?" - preguntó con curiosidad.
"Estamos logrando que este lugar sea alegre, ¿quiere ayudarnos?" - le dijo Sofía.
Don Felipe dudó un momento, pero aceptó:
"Está bien, quizás solo un poco."
Con el tiempo, el jardín de alegría se llenó de risas, colores y nuevos amigos. Don Felipe se unió a los niños y, al ver la felicidad que florecía a su alrededor, poco a poco su carácter gruñón se fue desvaneciendo.
Un día, mientras todos estaban disfrutando de un pic-nic en el parque, Don Felipe sonrió y dijo:
"Nunca pensé que podría sentir tanta alegría. Gracias, niños."
"La alegría está dentro de cada uno, solo hay que compartirla, Don Felipe!" - exclamó Sofía.
Desde entonces, el parque se llenó de vida y se convirtió en un lugar de encuentro para todos.
Sofía comprendió que la alegría puede crecer como una hermosa flor si la cultivamos y la compartimos con otros. Su jardín de alegría no solo llenó su corazón, sino que ayudó a transformar a su comunidad.
Y así, con los días soleados y llenos de felicidad, Sofía supo que su alegría de vivir no solo era un regalo personal, sino un bello regalo que podía extenderse a todos a su alrededor. Y el pueblo nunca volvió a ser el mismo.
Desde entonces, cada vez que Sofía sonreía, no solo iluminaba el cielo, sino que también creaba el sol en los corazones de todos. El jardín de la alegría siguió floreciendo, creciendo más hermoso día tras día, gracias al amor y el esfuerzo de Sofía y sus amigos, porque a veces, para que la alegría brille, solo hay que sembrar un poco.
FIN.