El Jardín de la Amistad
En un colorido barrio de Buenos Aires, había un hermoso jardín comunitario donde los vecinos se reunían a plantar flores y verduras. Cada sábado, un grupo de niños del vecindario, liderados por Lía, se organizaban para cuidar del lugar. Lía siempre tenía una idea brillante y hacía que todos se entusiasmaran por el trabajo en equipo.
Un día, mientras regaban las plantas, Lía dijo:
"¡Chicos, este año vamos a organizar un concurso para ver quién puede cultivar la flor más hermosa!"
Todos los amigos, incluidos Joaquín, Sofía y Mateo, se llenaron de alegría y comenzaron a discutir sobre las distintas flores que podrían plantar.
Sin embargo, entre ellos se encontraba un nuevo niño, Nicolás, que acababa de mudarse al barrio. Era muy travieso y las normas del jardín no eran algo que lo preocupaba mucho.
"No entiendo por qué tenemos que seguir tantas reglas. ¡Es aburrido!", exclamó Nicolás mientras arrancaba una planta que había crecido con tanto amor.
Lía se acercó con una gran sonrisa y le dijo:
"Nicolás, si todos no respetamos las normas de convivencia, el jardín no podría ser un lugar hermoso para todos. Si cada uno hace lo que quiere, será un caos. ¿Te gustaría que las flores que plantaste se arrancaran?"
Nicolás se quedó pensando por un momento y, al ver cómo los demás miraban con preocupación lo que había hecho, comprendió que su acción había lastimado a sus nuevos amigos.
"No, claro que no quiero eso. No quería lastimar el jardín. Yo... solo quería que todo fuera más divertido."
"Entendemos. Pero respetar las normas no significa que no podamos divertirnos, todo lo contrario. ¡Podemos hacer juegos y competencias donde todos colaboren!", dijo Sofía entusiasmada.
Decidieron entonces hacer un día de juegos en el jardín. En vez de competir, organizarían equipos donde cada uno podría aportar un talento. Lía coordinó las actividades, Joaquín trajo su guitarra para animar, y Mateo preparó unos ricos sándwiches para compartir.
El día del evento, todos los vecinos se unieron al jardín, llenándolo de risas y buen ambiente. Nicolás, que al principio se mostraba nervioso, comenzó a sentirse parte del grupo. Quería demostrar a sus nuevos amigos que podía ser responsable y que respetar las normas no era aburrido después de todo.
Mientras jugaban, Nicolás, en lugar de hacer travesuras, ayudó a reponer las flores que había arrancado y hasta sugirió un nuevo juego donde los equipos debían cuidar las plantas mientras competían.
"¡Eso suena genial!", gritó Mateo, y así comenzaron a jugar.
Al final del día, el jardín estaba más bonito que nunca, lleno de flores relucientes y sonrisas. Lía, mirando todo con satisfacción, declaró:
"He decidido que todos somos ganadores hoy, porque hemos aprendido algo valioso. Respetar las normas de convivencia hace que nuestro jardín sea especial. ¿Quieren hacerlo cada sábado?"
Todos aclamaron a Lía, incluido Nicolás, quien se sintió feliz de haber sido parte de algo tan grande.
"¿Y sabes qué, Lía? De ahora en adelante, prometo respetar las normas. ¡Así nuestro jardín será el mejor de todos!"
Los niños sonrieron, y desde aquel día, el jardín de la amistad no solo floreció, sino que se llenó de enseñanzas valiosas sobre el trabajo en equipo y el respeto.
Así, los sábados se convirtieron en días mágicos en el vecindario, todo gracias a la unión, a la diversión y, sobre todo, al respeto por las normas que hacían de su jardín un lugar especial. Y cuando un nuevo niño llegaba al barrio, sabía que pasar de ser un travieso a un gran amigo era tan simple como aprender a convivir y cuidar el jardín juntos.
FIN.