El Jardín de la Amistad



Había una vez un niño llamado Miguel que vivía en un pequeño barrio. A pesar de tener una vida tranquila, Miguel se sentía solo, ya que no tenía amigos con quienes jugar. Üne inseguridades lo acompañaban cada día en la escuela; los compañeros de su clase solían ignorarlo o burlarse de él. Miguel deseaba tener un grupo de amigos, una mascota que lo acompañara y, sobre todo, un lugar donde todos fueran amables y nadie sufriera bullying.

Un buen día, decidió salir a explorar el parque cercano a su casa. Mientras caminaba, vio un perro callejero que temblaba de frío. "¡Hola, pequeño!"- le dijo Miguel, acercándose con cuidado. El perro lo miró con ojos tristes y le movió la cola apenas. Miguel se agachó y le acarició la cabeza. "No tengas miedo, te prometo que no te haré daño"- dijo con dulzura. Así, decidió llevarse al perro a casa, sin saber que a partir de ese día, su vida cambiaría por completo.

Ese perro, al que Miguel llamó Bachi, pronto se convirtió en su mejor amigo. Siempre estaban juntos, jugando en el jardín y corriendo en el parque. La risa de Miguel se podía escuchar a lo lejos mientras jugaba a la pelota con Bachi. Con el tiempo, comenzaron a llamar la atención de otros chicos del barrio. Unos que se habían burlado de él antes se acercaron curiosos.

"¿Puedo jugar con vos?"- preguntó una niña que se llamaba Lucía.

"Claro, vení. ¡Bachi también se va a divertir!"- respondió Miguel con una gran sonrisa.

Y así fue como, uno a uno, los chicos comenzaron a unirse a Miguel y a jugar con Bachi. Pronto, la pandilla de amigos creció. Tenían un lugar donde reír, compartir y sobre todo, divertirse, y Miguel era el líder de ese grupo feliz.

Sin embargo, un día, Miguel se dio cuenta de que mientras él y sus nuevos amigos se divertían, delante de ellos había otros chicos que no eran tratados con amabilidad. Un grupo de niños estaba burlándose de un niño que estaba solo, llorando en una esquina del parque. Miguel se sintió triste y pensó que aquello no podía seguir así.

"Chicos, deberíamos ayudarlo"- dijo Miguel. Los otros se miraron confundidos.

"Pero si está llorando, no quiere jugar"- respondió uno de los chicos.

"Pero quizás, si le tendemos una mano, pueda unirse a nosotros. No se siente bien y necesitamos hacer algo"- explicó Miguel.

Al principio, algunos se mostraron reacios, pero poco a poco, lograron convencer al grupo. Se acercaron con Bachi dando saltitos.

"¡Hola!"- saludó Miguel.

"¿Te gustaría jugar con nosotros? No te preocupes, no te haremos daño"- agregó otra niña, llamada Laura.

El niño, que se llamaba Tomás, levantó la vista, sorprendido por la amabilidad.

"¿De verdad?"- preguntó inseguro.

"Sí, de verdad. Todos merecemos un lugar feliz donde jugar juntos"- dijo Miguel.

Finalmente, Tomás aceptó la invitación. A medida que pasaban los días, los nuevos amigos aprendieron que siempre había un espacio para elegir ser amables. Jugaron todos juntos, superando la tristeza y formando grandes lazos de amistad.

Miguel sintió que su sueño se había hecho realidad: ya no estaba solo, tenía amigos y, además, siempre se aseguraba de hacer un lugar seguro para todos, donde nadie fuera dejado de lado. Su jardín de la amistad floreció y se convirtió en un ejemplo de amor y respeto para todos en el barrio.

Con Bachi siempre a su lado, Miguel aprendió que cada uno merece ser feliz, y que el verdadero valor de la amistad radica en compartir y cuidar a los demás. Desde ese día, el parque no solo se llenó de risas, sino también de respeto y cariño, creando un mundo más amable para todos.

"Miguel, gracias por ser un gran amigo y por ayudarnos a entender que todos tenemos un lugar donde pertenecer"- dijo Laura un día mientras jugaban al atardecer.

"No solamente yo, sino todos deberíamos velar por eso"- respondió Miguel con una sonrisa.

Y así, Miguel y sus amigos continuaron cuidando el Jardín de la Amistad, un lugar especial donde crecer juntos y siempre recordar que la amabilidad es lo más importante en la vida.

FIN.

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