El jardín de la amistad
En un pequeño pueblo llamado Sonrisas, había una hermosa escuela rodeada de árboles y flores. Allí, todos los niños jugaban juntos y compartían momentos felices. Sin embargo, en esta escuela había un problema que empezaba a sembrar tristeza en el corazón de muchos: el bullying.
Todo comenzó cuando llegó un nuevo alumno, un niño llamado Mateo. Era un chico tímido, con gafas grandes y una risa contagiosa. Sin embargo, hubo un grupo de chicos liderado por Lautaro que decidió hacer de su vida un infierno.
"Mirá ese nerd con sus anteojos de cocinero", se ríe Lautaro.
"Sí, ¿qué hace en la clase de deportes?", añade su amigo, Damián.
Mateo trató de no prestarles atención. Pero cada vez que iba a jugar a la pelota, Lautaro y su grupo lo empujaban o le tiraban el balón lejos, riéndose de él. Mateo se sentía muy solo.
Un día, mientras Mateo estaba sentado solo en un banco del patio, una niña llamada Sofía se acercó a él.
"Hola, ¿por qué estás tan triste?", le preguntó Sofía, sentándose a su lado.
"Porque no puedo jugar sin que me molesten. No entiendo por qué hacen esto", respondió Mateo, con una voz apagada.
Sofía pensó durante un momento y luego le dijo:
"¡Vamos a hacer algo! La próxima vez que te molesten, quiero que lo digas. No hay nada de malo en pedir ayuda".
Días después, mientras jugaban a la pelota, Lautaro se acercó y le lanzó un pase a Mateo.
"¡Atrapa, fracasado!", gritó entre risas.
Pero esta vez, Mateo recordó las palabras de Sofía. Se quedó quieto y con valentía respondió:
"¡Basta, Lautaro! No creo que sea divertido hacerme sentir mal solo porque soy diferente".
Los otros niños se quedaron en silencio, sorprendidos por la respuesta de Mateo. Lautaro frunció el ceño, pero no dijo nada. Esa tarde, los niños del grupo se dispersaron, y Mateo sintió un rayo de esperanza.
Sofía lo felicito por su valentía.
"¡Lo hiciste muy bien! Ahora podemos trabajar juntos para cambiar las cosas aquí. ¡Deberíamos hacer un club de amigos!".
Y así, Mateo y Sofía comenzaron a reclutar a más compañeros. Presentaron la idea de un ‘Club del Respeto’. En las reuniones hablaban sobre la importancia de la amabilidad y cómo cada uno era especial a su manera.
"Me encanta tu idea, Sofía", dijo otro niño, Lucas. "¡Incluso podríamos hacer un mural en la pared de la escuela que diga ‘El jardín de la amistad’!".
A medida que pasaron los días, más y más niños se unieron al club. Inclusive algunos de los que antes se habían reído de Mateo comenzaron a participar.
"Lo siento, Mateo", dijo Lautaro en una reunión. "Me doy cuenta de que lo que hice estuvo mal. Gracias por ser valiente y decirme la verdad".
Mateo sonrió y respondió:
"Todos podemos aprender a ser mejores amigos".
Con el tiempo, el ambiente de la escuela cambió. Los niños empezaron a jugar juntos sin importar sus diferencias. El mural “El jardín de la amistad” se convirtió en un símbolo de unidad y respeto.
El bullying se volvió parte del pasado. Mateo, con sus gafas y su risa contagiosa, se convirtió en uno de los chicos más queridos del colegio. Y aquel patio que antes parecía un lugar de tristeza, ahora estaba lleno de risas y juegos.
"Siempre hay un lugar para ser uno mismo aquí", decía Sofía con una sonrisa a todos sus compañeros. Y así, el jardín de la amistad floreció en la escuela de Sonrisas, donde la bondad y la inclusión reinarían para siempre.
FIN.