El Jardín de la Amistad
Había una vez un hombre llamado Gerardo Rome, que vivía en un pequeño y tranquilo pueblo. Gerardo tenía 58 años y llevaba una vida solitaria. Su casa siempre estaba en orden, su jardín lleno de flores, pero su corazón estaba tan vacío como una hoja de papel en blanco.
Un día, mientras cuidaba de sus plantas, escuchó el ruido de risas y juegos. Mirando por la ventana, vio a un grupo de niños jugando en el parque del otro lado de la calle.
"¿Por qué no salen a jugar?" -se preguntó a sí mismo, sintiendo una punzada de nostalgia. Recordó los días en que él también se unía a las travesuras con sus amigos. Sin embargo, se encogió de hombros, convencido de que no necesitaba compañía.
Aquella tarde, mientras se disfrutaba de un libro en el jardín, un pequeño pájaro azul se posó en su ventana. Gerardo, extrañado, dejó su lectura y se acercó al cristal.
"Hola, pajarito. ¿Qué haces ahí?" -dijo en voz alta, como si el pájaro pudiera responderle.
Para su sorpresa, el pájaro cantó una melodía alegre. Gerardo sonrió, pero en su interior seguía sintiendo que no había razón para buscar amigos.
Al día siguiente, los niños fueron al parque nuevamente, esta vez con un nuevo juego: construir un castillo enorme de cajas. Mientras Gerardo observaba desde su jardín, un niño perdió el equilibrio y cayó al suelo, llenándose de tierra.
"¡Ayuda!" -gritó el niño, mientras sus amigos reían y lo animaban. Sin pensarlo, Gerardo salió corriendo hacia ellos.
"¿Estás bien?" -preguntó, preocupado.
"Sí, sólo me ensucié un poco" -respondió el niño, riendo. "¿Puedes ayudarnos a construir nuestro castillo?"
Gerardo sintió un remolino de emociones dentro de él.
"No sé, yo..." -titubeó, sintiendo la duda asomarse, pero los ojos del niño lo miraban con curiosidad y esperanza.
"¡Por favor!" -suplicó otro niño. "¡Es más divertido con más gente!"
Finalmente, Gerardo asintió y se unió a los niños. Los pequeños lograron construir un enorme castillo de cajas, riendo y jugando mientras lo hacían. La tarde pasó volando.
Esa noche, Gerardo no podía dejar de pensar en cómo lo habían hecho sentir esos momentos compartidos.
"¡Nunca pensé que podría ser tan divertido!" -se dijo en voz alta mientras regaba sus plantas.
Con los días, comenzó a pasar tiempo con los niños y poco a poco se convirtió en un querido amigo de todos. Les enseñaba sobre las flores y les contaba historias de su juventud.
"Gerardo, eres el mejor" -decían, mientras ellos reían y disfrutaban de la compañía del hombre solitario que había decidido abrir su corazón.
Un día, mientras jugaban, un niño se acercó y le dijo:
"¿Por qué no vienes a jugar con nosotros mañana a la plaza?"
Gerardo dudó, pero al mirar a ese grupo de niños que se había convertido en una familia para él, decidió que sí, que lo haría.
Y así, su vida cambió.
Gerardo descubrió que la amistad era como su jardín: si lo cuidabas, crecía y florecía. Se dio cuenta de que nunca es tarde para conocer gente nueva ni para compartir momentos de alegría.
Y colorín colorado, este cuento todavía está floreciendo.
FIN.