El jardín de la diversidad



En un hermoso jardín, lleno de flores de todos los colores y tamaños, vivía Amarillis. Ella era una flor muy especial, pues no estaba atada a ninguna planta. Su tallo era libre y podía moverse por donde quisiera.

Amarillis pasaba sus días explorando el jardín y conociendo a todas las demás flores que allí habitaban.

Aunque al principio algunas se burlaban de ella por ser diferente, Amarillis siempre respondía con amabilidad y les mostraba que su libertad era algo maravilloso. Un día, mientras Amarillis paseaba cerca del lago del jardín, escuchó un llanto desconsolado. Se acercó corriendo hacia el sonido y encontró a Violeta, una pequeña flor morada que estaba triste porque nadie la notaba.

"¿Qué te pasa, Violeta?", preguntó Amarillis preocupada. "Nadie me ve ni me presta atención", sollozó Violeta. Amarillis sonrió y le dijo: "No te preocupes, yo te ayudaré". Amarillis decidió llevar a Violeta consigo en sus aventuras por el jardín.

Juntas recorrían cada rincón del lugar, saludando a las otras flores e invitándolas a jugar.

Poco a poco, todas las flores comenzaron a ver lo especial que era Violeta y se dieron cuenta de que había estado ahí todo el tiempo. La fama de Violeta creció rápidamente por todo el jardín gracias a la ayuda de Amarillis.

Pero eso no hizo que Amarillis se sintiera celosa o triste; al contrario, ella estaba feliz sabiendo que había ayudado a su amiga a encontrar su lugar en el mundo. Un día, mientras Amarillis y Violeta jugaban cerca del lago, un viento fuerte comenzó a soplar.

Las otras flores se asustaron y se aferraron a sus tallos, pero Amarillis y Violeta no tenían miedo. Usando sus raíces como anclas, se sostuvieron firmes en medio de la tormenta. Cuando el viento finalmente cesó, las demás flores miraron admiradas a Amarillis y Violeta.

Ellas habían demostrado que la libertad no era algo que debía temerse, sino algo que podía ser valioso y útil para todos. Desde ese día, todas las flores del jardín aprendieron a aceptar y valorar la diversidad de cada una.

Comprendieron que cada flor tenía algo especial para ofrecer al mundo y que juntas podían lograr cosas increíbles. Amarillis siguió siendo una flor libre, pero ahora sabía que su verdadera misión era ayudar a los demás a descubrir su propio valor.

Y así, junto con Violeta y todas las demás flores del jardín, vivieron felices compartiendo amor y alegría con todos los seres que visitaban aquel hermoso lugar lleno de colores y vida.

FIN.

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