El Jardín de la Felicidad


Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Florilandia, donde vivía un niño llamado Nicolás. Nicolás siempre estaba triste y solitario, ya que su madre había fallecido cuando él era muy pequeño.

Su padre trabajaba mucho y no tenía mucho tiempo para estar con él. Un día, mientras caminaba por el pueblo, Nicolás vio un cartel que decía: "Jardín Príncipe de la Felicidad". Intrigado por el nombre, decidió entrar y descubrir qué se escondía dentro.

Al llegar al jardín, Nicolás quedó maravillado. Había hermosas flores de todos los colores imaginables y árboles altos que parecían tocar el cielo. En medio del jardín había una fuente con agua cristalina que brillaba bajo los rayos del sol.

Justo en ese momento, apareció una señora vestida con ropas coloridas y una sonrisa cálida en su rostro. Era la dueña del jardín, Doña Aurora. "¡Bienvenido a mi Jardín Príncipe de la Felicidad!", exclamó Doña Aurora con alegría.

Nicolás le contó a Doña Aurora sobre su tristeza y soledad desde que perdió a su madre.

Doña Aurora escuchó atentamente y luego le dijo: "Querido Nicolás, aquí en mi jardín aprenderemos algo muy importante: el amor es como las flores; necesita cuidado constante para crecer". "¿Cómo puedo cuidar el amor?", preguntó curioso Nicolás. Doña Aurora lo llevó a un rincón especial del jardín donde había una pequeña maceta vacía. "Nicolás, esta maceta representa tu corazón.

Ahora, necesitamos sembrar la semilla del amor en él", explicó Doña Aurora mientras le daba una semilla a Nicolás. Con mucho cuidado, Nicolás plantó la semilla en la maceta y la regó con agua de la fuente del jardín.

Los días pasaron y Nicolás visitaba el jardín todos los días para cuidar de su planta. Le hablaba dulcemente y le cantaba canciones alegres.

Poco a poco, vio cómo su planta crecía y se convertía en una hermosa flor llena de colores brillantes. Mientras tanto, Doña Aurora le enseñaba a Nicolás sobre el poder del amor y cómo compartirlo con los demás podía traer felicidad a sus vidas también.

Un día soleado, Nicolás decidió llevar su flor al mercado del pueblo para compartirla con las personas que conocía. Al ver su hermosa flor, todos se maravillaron y comenzaron a sonreír. "¡Qué hermoso gesto, Nicolás!", exclamaron sus vecinos mientras recibían las flores que les ofrecía.

Nicolás sintió una alegría inmensa al ver cómo su pequeño acto de amor había iluminado el día de tantas personas.

Se dio cuenta de que no importaba cuánto tiempo había pasado desde que perdió a su madre; siempre tendría el amor dentro de él para compartirlo con los demás. Desde ese día, Nicolás continuó visitando el Jardín Príncipe de la Felicidad junto a Doña Aurora. Aprendió sobre amistad, compasión y cómo el amor puede cambiar vidas.

Y así, Nicolás se convirtió en un niño feliz y amado por todos en Florilandia. Su flor seguía creciendo y floreciendo, recordándole cada día que el amor siempre está presente si uno está dispuesto a compartirlo con los demás.

Y colorín colorado, esta historia de amor y felicidad ha terminado.

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