El Jardín de la Humildad



Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Armonía, donde todos sus habitantes eran amables y siempre estaban dispuestos a ayudar. En este lugar vivía un joven llamado Tomás, que era conocido por su gran destreza en la jardinería. Tomás tenía un jardín hermoso, lleno de flores de todos los colores y aromas que llenaban el aire de alegría. Sin embargo, su éxito lo había llevado a volverse vanidoso.

Un día, Adela, la anciana del pueblo, acercándose a él le dijo: -Tomás, tu jardín es maravilloso, pero recuerda que la verdadera belleza no se mide por cómo lucen las cosas, sino por lo que hay en el corazón.-

Tomás, un poco molesto, respondió: -¿Qué sabes tú, Adela? Mi jardín es el más bonito de todo Armonía. La gente viene de lejos para admirarlo.-

Adela, sonriendo con compasión, le dijo: -Quizás deberías compartirlo más con los demás y no solo guardarlo para ti.-

Tomás rodó los ojos y se fue a casa, pensando que Adela no entendía su éxito. Sin embargo, esa noche tuvo un sueño extraño. En su sueño, un pequeño duende apareció ante él.

-¡Hola, Tomás! Soy el Duende de la Humildad. He venido a mostrarte algo muy especial.-

Intrigado, Tomás lo siguió a un hermoso bosque que nunca había visto. Allí había un jardín aún más espléndido que el suyo.

-¿De quién es este jardín? Es impresionante.- dijo Tomás.

-El jardín pertenece a un niño llamado Nicolás. Él cuida las plantas con amor y gratitud hacia quienes lo rodean. Aún sin tener mucho, siempre comparte su cosecha con otros.-

Tomás, sintiéndose avergonzado de su propia actitud, dijo: -Pero ¿dónde está la vanidad? ¿Por qué no se siente orgulloso?

El duende respondió: -La vanidad no tiene lugar en el corazón de alguien que entiende lo que es compartir. Ven, voy a presentarte a Nicolás.-

Entonces, el duende llevó a Tomás hasta Nicolás, que estaba regando su jardín.

-¡Hola! Soy Tomás, tengo un jardín muy famoso en Armonía.-

Nicolás sonrió y dijo: -¡Hola, Tomás! He oído hablar de vos. He admirado tu jardín desde la distancia. ¿Te gustaría ayudarme a recoger algunas verduras? Siempre se las comparto a mis vecinos.-

Tomás, sintiéndose un poco incómodo pero intrigado, aceptó. Juntos trabajaron en el jardín, y Tomás enseguida notó la alegría en los ojos de Nicolás al ofrecer los productos a la gente del pueblo.

-¡Mirá, Tomás! Este tomate es para la Sra. Clara, y estas zanahorias son para el pequeño Leo. Siempre les saco una sonrisa.-

Tomás comenzó a comprender que la verdadera felicidad no venía sólo de ser el mejor, sino de compartir lo que uno tiene con los demás.

Al regresar a su hogar, Tomás se propuso cambiar. Al día siguiente, decidió abrir su jardín a todos. Colocó un letrero que decía: ‘Este jardín es de todos. ¡Vengan a disfrutar de las flores! ’

Cuando los vecinos llegaron, quedaron maravillados y, sobre todo, disfrutaron del hermoso aroma. Tomás, en lugar de sentirse celoso o competitivo, se sintió feliz.

-¡Wow, Tomás! Este lugar es mágico.- comentó una vecina.

-Gracias a todos por venir. Estoy feliz de compartirlo.- respondió Tomás con una gran sonrisa.

Con el tiempo, los corazones de los habitantes de Armonía florecieron como las flores de Tomás. El joven jardinero entendió que ser humilde y compartir era lo que realmente hacía a su jardín especial. Y así, se convirtió en un símbolo de generosidad en el pueblo, siempre acompañado de Nicolás y sus amigos, recordando que la verdadera belleza se encuentra en la humildad.

Desde entonces, el Jardín de la Humildad se convirtió en un lugar de encuentro para todos, donde cada flor cuenta una historia de compartición y amor. Y Tomás nunca olvidó lo que había aprendido esa noche mágica con el Duende de la Humildad.

FIN.

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