El Jardín de las Amistades



En un pequeño pueblo llamado Arbolito, vivía una niña llamada Lucía. Desde muy chica, su mamá le había enseñado que la amistad y el respeto eran muy importantes. Lucía disfrutaba de explorar el jardín que tenía en su casa, donde cultivaba hermosas flores y plantas.

Un día, mientras regaba sus plantas, escuchó un llanto que provenía del arbusto de al lado. Se acercó con curiosidad y encontró a su vecino, Mateo, sentado en el suelo, con la cara llena de lágrimas.

"¿Mateo, qué te pasa?" - preguntó Lucía con preocupación.

"Mi papá no me deja jugar más con mis amigos y dice que deberíamos estudiar todo el tiempo" - respondió Mateo, entre sollozos.

Lucía pensó en su propia mamá, que siempre decía que era importante estudiar, pero también era vital divertirse y pasar tiempo con amigos.

"¿Te gustaría que jugáramos un rato? A veces, un poco de diversión ayuda a pensar mejor" - sugirió Lucía.

Mateo sonrió levemente y aceptó la propuesta. Jugaron a atrapar mariposas y criaron un juego donde debían imitar los sonidos de los animales. Ambos se reían y se olvidaron de los problemas por un momento.

Al día siguiente, Lucía tuvo una idea. Se acercó a Mateo.

"¡Vamos a hacer un jardín de amistad!" - exclamó, con entusiasmo.

"¿Qué es eso?" - preguntó Mateo, curioso.

"Donde cada planta representa a un amigo. Así podemos regar la amistad y hacerla crecer" - explicó Lucía.

Mateo se sintió emocionado con la idea y juntos se pusieron manos a la obra. Cada uno trajo plantas de su casa: suculentas, margaritas, y hasta una pequeña rosa que Mateo había cultivado junto a su mamá.

Mientras trabajaban juntos, comenzaron a hablar sobre sus sueños y lo que les gustaba hacer.

"A mí me encanta dibujar, pero no tengo muchos colores" - dijo Mateo, un poco tímido.

"A mí también me gusta dibujar, tal vez podríamos hacer un mural en el jardín" - contestó Lucía, entusiasmada.

Con el paso de los días, el jardín de la amistad fue tomando forma y se convirtió en el lugar predilecto para todos los niños del barrio. Cada día, llegaban más niños a regar las plantas, jugar y contar historias.

Una tarde, notaron que un nuevo niño, Tomás, se había mudado al barrio. Sin pensarlo dos veces, Lucía fue a invitarlo a jugar.

"Hola, soy Lucía. ¿Te gustaría sumarte a nuestro jardín de amistad?" - dijo, sonriendo.

"No sé si soy bueno para jugar con otros" - respondió Tomás, con miedo.

"Claro que sí, ¡aquí todos somos amigos!" - insistió Mateo, recordando cómo él había estado triste antes.

Tomás dudó un momento, pero decidió acompañarlos. Al llegar al jardín, se dio cuenta de que todos eran muy amables. Con el tiempo, Tomás se unió a ellos y mostró un talento especial para construir cosas con ramas y flores.

Así, el jardín de la amistad creció no solo en plantas, sino en un espacio lleno de risas, creatividad y respeto. Sin embargo, un día, una fuerte tormenta arrasó con el jardín. Todos los niños se sintieron devastados al ver cómo sus plantas habían quedado destruidas.

"¿Y ahora qué haremos?" - preguntó Mateo, con lágrimas en los ojos.

"No podemos rendirnos. Las amistades son fuertes como las raíces de nuestras plantas. Si estamos juntos, podemos reconstruirlo" - dijo Lucía, con determinación.

Juntos, limpiaron el jardín y comenzaron de nuevo. Cada uno llevó semillas y plantitas de sus casas. Con esfuerzo y amor, el jardín fue renaciendo, más hermoso que antes.

Al final de la historia, Lucía, Mateo, Tomás y todos los niños aprendieron que la amistad, el apoyo y el trabajo en equipo son los mejores valores. También entendieron que siempre se puede empezar de nuevo, incluso después de una tormenta.

El jardín de amistad no solo era un lugar lleno de plantas, sino un símbolo de lo que podían lograr juntos: cada amistad una nueva semilla que plantaban en sus corazones.

FIN.

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