El Jardín de las Caritas
Había una vez un jardín mágico llamado "El Jardín de las Caritas". Este jardín era un lugar especial en donde florecían caritas que mostraban diferentes emociones, cada una con una expresión única. Las caritas habitaban en diferentes secciones del jardín: la carita feliz se encontraba en el rincón soleado, la carita triste estaba cerca de un arroyo murmurante, la carita enfadada tenía su espacio entre los troncos retorcidos, y la carita asustada se escondía detrás de un gran arbusto espeso.
Un día, mientras las caritas disfrutaban de la luz del sol, una brisa suave trajo consigo un aire de inquietud. La carita feliz, siempre llena de energía, decidió iniciar una conversación.
"¡Hola, amigos! ¿No creen que deberíamos contarnos cómo nos sentimos hoy?" - propuso con una gran sonrisa.
La carita triste, asintiendo con la cabeza, respondió:
"Yo hoy me siento un poco baja de ánimo... A veces, me gusta llorar un poco junto al arroyo."
"¿Y por qué lloras?" - preguntó la carita asustada, asomando su pequeña nariz entre las hojas.
"Porque a veces siento que el mundo es muy grande y no siempre entiendo lo que pasa. Pero eso está bien, porque así me siento más aliviada después de llorar."
La carita enfadada, que no podía evitar mostrar su ceño fruncido, se sumó a la conversación:
"Yo a veces me enojo cuando las cosas no salen como quiero. Es frustrante. A veces quiero gritar, pero eso no ayuda. ¿Qué podemos hacer cuando nos enojamos?"
La carita feliz pensó un momento y dijo:
"Quizás podríamos respirar hondo y contar hasta diez. O hablar sobre lo que nos enoja. Lo importante es que no nos quedemos con esos sentimientos."
Un susurro de aprobación recorrió las caritas, y la carita asustada, más tranquila ahora, reconoció:
"A veces tengo miedo de lo desconocido. Pero también siento que puedo compartirlo con ustedes, y eso me hace más valiente."
Fue entonces que, mientras compartían sus sentimientos, un pequeño conejo blanco apareció en el jardín, mirando con curiosidad a las caritas.
"¿Qué hacen todos ustedes aquí?" - preguntó el conejo.
"Estamos hablando de cómo nos sentimos, porque cada emoción es importante." - respondió la carita feliz.
"¿Y cuándo se sienten tristes, enfadados o asustados, los cuentan?" - inquirió el conejo, moviendo sus largas orejas.
"Sí, porque al hablarlo nos entendemos mejor y podemos ayudarnos" - explicó la carita triste.
El conejo reflexionó un momento y reveló:
"Siempre pensé que debía esconder mis miedos, pero quizás debería intentar compartirlos. A veces me asusta el ruido de la tormenta."
Las caritas lo animaron a que hablara más sobre sus temores, y pronto el jardín se llenó de historias sobre truenos, sombras y malos entendidos. Cada emoción era valida y cada voz contaba.
A medida que pasaba el tiempo, los sentimientos que antes parecían pesados comenzaron a livianarse. Las caritas se dieron cuenta de que el simple acto de comunicar sus emociones las unía más, y aprendieron que cada sentimiento tiene su lugar en el corazón.
"Vieron, amigos, no hay razón para temer hablar sobre lo que sentimos. El jardín mágicamente florece aún más cuando compartimos nuestros corazones." - dijo la carita feliz con entusiasmo.
Así, los días pasaron en el Jardín de las Caritas. Las emociones seguían su danza, y cada vez que alguna carita se sentía mal, podía convocar a las demás para compartir sus sentimientos. Esto formó un lazo más fuerte entre ellas, generando un espacio donde podían crecer juntas.
Y así, en el Jardín de las Caritas, cada emoción fue celebrada y cada carita aprendió que hablar sobre lo que sienten las hace más fuertes, más felices y más unidas. Pese a las nubes grises del jardín, siempre había color si estaban juntas.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.