El Jardín de las Emociones
En un pequeño pueblo llamado Colorín, había una escuelita rodeada de un hermoso jardín. La maestra Ana, una docente bondadosa, siempre decía que las emociones eran como flores que necesitaban cuidado y amor para crecer.
Un día, entre los niños de la clase, había un niño llamado Nicolás. Nicolás era un poco reservado y aunque tenía amigos, a veces se sentía triste. Sin embargo, no le gustaba hablar de sus sentimientos. Un día, la maestra Ana les propuso un juego.
"Hoy vamos a plantar flores para representar nuestras emociones. Cada uno, al elegir su flor, contará qué emoción representa para él", dijo Ana.
Los niños se entusiasmaron y empezaron a elegir flores de colores vivos.
Sofía, una niña que siempre sonreía, eligió una flor amarilla.
"Yo elijo esta porque me siento feliz cuando juego con mis amigos", dijo riendo.
Mateo, con su flor azul, dijo: "Yo me siento tranquilo cuando estoy en casa con mi perro".
Cuando llegó el turno de Nicolás, se sintió un poco nervioso.
"Yo... no sé qué flor elegir", murmuró mirando al suelo.
La maestra Ana se acercó y le dijo: "No hay problema, Nicolás. A veces las emociones son confusas, y está bien no saber qué elegir. ¿Te gustaría contarme qué sientes?"
Nicolás pensó un momento y finalmente dijo:
"A veces me siento solo y triste porque no sé cómo jugar...".
Ana le sonrió y le dijo: "A veces, hablando de lo que sentimos, podemos encontrar una solución juntos. ¿Te gustaría que busquemos una flor que represente eso?"
Nicolás asintió y se acercó a una flor morada.
"Elijo esta porque a veces siento cosas oscuras, como la tristeza", expresó con timidez.
Ana asintió comprensivamente y todos los niños lo alentaron. Entonces, Ana propuso otra actividad:
"Vamos a crear un mural donde cada uno dibuje su flor y escriba una frase sobre cómo podemos cuidar de nuestras emociones y las de los demás".
Mientras todos dibujaban, Nicolás comenzó a sentirse un poco más cómodo. Cuando llegó su turno para escribir, pensó un momento y escribió:
"Cuidar las emociones es como regar una planta. Si vemos que alguien está triste, podemos escuchar y ayudar".
El resto de la clase leyó su frase y todos estuvieron de acuerdo.
"¡Qué buena idea, Nicolás!", dijo Mateo.
A medida que pasaron los días, Nicolás se sintió más seguro hablando sobre lo que sentía. La maestra Ana le enseñó herramientas para expresar sus emociones, como dibujar, dramatizar y hablar con sus amigos.
Un mes después, Nicolás vio a Sofía sentada sola en un rincón del patio, con una expresión de preocupación.
"Sofía, ¿qué te pasa?", le preguntó.
"Estoy triste porque no sé cómo hacer ese ejercicio de matemáticas", contestó ella.
Nicolás recordó lo que había aprendido y decidió ayudarla.
"Podemos hacerlo juntos. A veces compartir las preocupaciones hace todo más fácil".
Sofía sonrió agradecida
"¡Gracias, Nicolás! Me gustaría que lo hiciéramos juntos".
Ambos se sentaron y empezaron a resolver los problemas de matemáticas.
"Es mejor trabajar en equipo, uno se siente menos solo" agregó Sofía.
Así fue como Nicolás se dio cuenta de que hablar y compartir sentimientos no solo lo ayudaba a él, sino también a los demás. Poco a poco, se fue convirtiendo en un gran amigo y compañero.
Finalmente, la maestra Ana organizó un día especial en el jardín para celebrar todo lo aprendido.
"Hoy vamos a regar nuestro jardín de emociones. Vamos a cuidar de nuestras flores y de cómo nos sentimos todos los días".
Cada niño llevó su flor y todos los sentimientos se celebraron. Nicolás se sintió orgulloso porque ya no le tenía miedo a compartir sus emociones. En Colorín, el jardín de las emociones crecía fuerte y vibrante, donde cada niño aprendía a cuidar no solo de su propio jardín, sino también del de sus amigos.
Así, la escuelita se llenó de risas, amistad y flores, porque juntos aprendieron que la felicidad y la tristeza son parte de la vida y hay que cuidarlas bien, como un bello jardín.
FIN.