El Jardín de las Emociones



Érase una vez un pequeño pueblo llamado Sentimientópolis. En este pueblo, cada emoción vivía en su propio jardín. Todos los días, los habitantes del pueblo iban a visitar a sus amigos emociones: Alegría jugaba con los niños, Amor repartía abrazos y Coraje ayudaba a todos a enfrentar sus miedos. Pero había una parte del pueblo donde no se atrevían a ir: el Jardín de la Tristeza, la Ansiedad, el Desagrado, el Enfado y el Miedo.

Un día, un niño llamado Toto, que era muy curioso, decidió aventurarse en esa parte del pueblo. "Quiero conocer el Jardín de las Emociones que todos evitan"- se dijo.

Al entrar, se encontró con Tristeza, que estaba sentada en un banco rodeado de flores azules. "Hola, pequeño. ¿Por qué has venido aquí?"- le preguntó Tristeza con una voz suave.

"Vine a entender por qué aquí todo el mundo se siente tan raro"- respondió Toto.

"A veces, hay que sentir la tristeza para aprender lo que es la alegría"- dijo Tristeza.

Toto siguió adentrándose en el jardín y pronto se topó con Ansiedad, que movía sus manos nerviosamente. "¿Qué te preocupa, amiga?"- preguntó Toto.

"Siempre pienso en lo que puede salir mal, y eso me hace sentir muy inquieta"- respondió Ansiedad.

"Pero si siempre piensas en lo malo, ¿cuándo disfrutas de lo bueno?"- dijo Toto con un tono contemplativo.

Mientras conversaban, un fuerte viento comenzó a soplar. Toto se dio cuenta de que también estaban llegando Enfado y Desagrado, quienes no se llevaban muy bien. "¡Qué molesto es este ruido!"- gritó Enfado.

"Este lugar huele raro, ¡no quiero estar aquí!"- protestó Desagrado.

"Pero chicos, ¿no se dan cuenta de que todos estamos juntos? Podemos aprender los unos de los otros"- intentó Toto.

En ese momento, Miedo apareció, temerosamente asomándose. "Yo no me acerco a nadie, porque siempre tengo miedo de lo que pueda pasar"- dijo Miedo.

"Yo tampoco quiero ser tu amigo, porque me siento incómodo"- añadió Desagrado.

Toto pensó un poco. "Entiendo que a veces sientan miedo, tristeza o desagrado. Pero si no hablamos de ello, seguimos sintiéndonos solos"- dijo.

De repente, Toto tuvo una idea. "¿Y si hacemos una reunión? Podríamos combinar nuestras emociones y crear algo hermoso juntos"- propuso.

Intrigados, los otros empezaron a murmurar entre ellos. "Podríamos llamarlo el Festival de las Emociones"- sugirió Tristeza.

Así, decidieron organizar el festival. Empezaron a trabajar juntos: Tristeza pintaba cuadros azules, Ansiedad hacía banderines que ondeaban en el aire, Desagrado preparaba una mesa con diferentes sabores y Enfado se encargó de hacer música con tambores rítmicos. Miedo, al principio, estaba muy asustado, pero Toto lo alentó a participar, diciendo: "No hay que tener miedo cuando estamos juntos"-.

El día del festival, el pueblo entero se reunió en el Jardín. Al verlo tan colorido y lleno de vida, se dieron cuenta de que esas emociones que antes rechazaban podían ser hermosas. Los habitantes comenzaron a bailar, a compartir historias y a reír.

Al final del día, cuando la luna empezó a brillar, Toto tomó la mano de cada emoción y dijo: "Miren, estamos todos juntos y somos diferentes, pero eso es lo que nos hace especiales. No hay emociones malas; cada una tiene su lugar y su valor en nuestra vida"-.

Desde ese día, el Jardín de las Emociones se convirtió en un lugar al que todos querían ir. Aprendieron que no hay que temer a las emociones, sino a aprender y a crecer con ellas. Y así, Sentimientópolis se volvió un lugar donde todas las emociones, sin excepción, tenían su espacio y eran parte de un mismo corazón.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

¿Qué aprendimos hoy? A que cada emoción, por difícil que sea sentirla, tiene algo que enseñarnos y un motivo por el cual ser comprendida y aceptada.

FIN.

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