El Jardín de las Emociones
En un pequeño pueblo llamado Sonrisas, vivían cuatro amigos: Sofía, Tomás, Lila y Mateo. Eran inseparables y todos los días después de la escuela jugaban en el Jardín de las Maravillas, un lugar mágico lleno de flores de colores y árboles cantores.
Un día soleado, mientras exploraban el jardín, se encontraron con una puerta misteriosa en medio de un arbusto. Lila, que siempre fue la más curiosa de todos, exclamó:
"¡Miren eso! ¿Qué creen que hay detrás de la puerta?"
"No lo sé, pero deberíamos abrirla!", propuso Tomás con entusiasmo.
Mateo la miró y dijo:
"No sé, tal vez sea peligroso…"
"Pero puede ser una aventura, ¡vamos!", insistió Sofía, y todos coincidieron en que la curiosidad era más fuerte que el miedo.
Cuando abrieron la puerta, se encontraron en un jardín aún más hermoso que el de su pueblo. Cada flor tenía un color y un aroma diferente, y en lugar de mariposas, había grandes caras sonrientes que los miraban y hablaban.
"Bienvenidos al Jardín de las Emociones!", dijeron todas las flores en coro.
Los amigos miraron sorprendidos.
"¿Qué son las emociones?", preguntó Lila.
Una flor de color rojo brillante, que parecía llena de energía, les respondió:
"Las emociones son sentimientos que tenemos cuando algo sucede, como la alegría, la tristeza o el miedo".
De repente, una nube gris apareció y comenzó a llorar.
"¿Quién es ella?", preguntó Sofía.
"Soy la tristeza!", respondió la nube.
Tomás se sintió un poco mal por la nube y decidió acercarse:
"¿Por qué lloras?"
"A veces es normal sentir tristeza, pero también puedo ayudar a otros a sentirme mejor", dijo la nube, sonriendo entre lágrimas.
Los amigos se miraron y decidieron ayudar a la nube a sentirse mejor.
"¿Qué podemos hacer?", preguntó Mateo.
La nube respondió:
"¿Qué tal si cantan una canción para alegrarme?"
Así que los cuatro amigos comenzaron a cantar una canción sobre la alegría de ser amigos, y poco a poco, la nube empezó a sonreír.
"Gracias, chicos! Cuando nos apoyamos unos a otros, nos sentimos mejor", dijo la nube, y con un último chorro de lluvia, transformó su tristeza en un hermoso arcoíris.
Mientras admiraban el arcoíris, de repente, apareció un dragón verde con ojos brillantes.
"¿Dónde está la emoción de la ira?", preguntó el dragón, haciendo gestos de enfado, pero sin ser amenazante.
"La ira no es mala, pero a veces se siente muy fuerte, como fuego!", dijo la flor roja.
"Pero hay maneras de calmarse", agregó Sofía.
El dragón se sintió aliviado.
"¿Y cómo puedo hacerlo?"
"Podemos practicar la respiración profunda y contar hasta diez juntos", propuso Lila.
Así que respiraron hondo y contaron mientras el dragón se calmaba.
"¡Gracias! Ahora que estoy más tranquilo, puedo ver las cosas de otra manera".
De repente, otra flor, de un color azul suave, habló:
"Yo soy la calma! Estoy aquí para ayudar a los que se sienten abrumados. Recuerden que nadie está solo en sus emociones!"
El jardín se llenó de risas y emoción, mientras los amigos aprendían sobre la importancia de compartir cómo se sentían y cómo podían apoyarse mutuamente. Soñaron con muchas aventuras, y las flores comenzaron a bailar y cantar sobre sus emociones.
Finalmente, con el tiempo vendría un nuevo visitante: la alegría. La alegría hizo que todos se unieran y celebraran, comprendiendo que cada emoción era un color en el arcoíris de sus vidas.
"Hoy aprendimos que todas las emociones son importantes. Cuando compartimos, nos sentimos mejor!", concluyó Sofía.
Al atardecer, decidieron regresar a casa, sabiendo que regresarían al Jardín de las Emociones para seguir explorando. No solo conocían un lugar mágico, sino que también habían aprendido que, al igual que las flores, sus emociones podían florecer y ser hermosas, si las compartían unos con otros. El Jardín de las Emociones era un lugar para celebrar la amistad y el entendimiento sobre lo que sentían.
Y así, en el pueblo de Sonrisas, aprendieron que las emociones, como las flores, eran un regalo para disfrutar en compañía.
"¡Hasta la próxima, Jardín de las Emociones!", gritaron todos mientras cerraban la puerta detrás de ellos, con una sonrisa en sus rostros y el corazón lleno de colores.
Desde ese día, cada vez que sentían una emoción nueva, sabían que podían volver al jardín o hablar con sus amigos sobre lo que sentían, y eso hacía todo más fácil y divertido.
FIN.