El Jardín de las Emociones



En un pequeño pueblo llamado Colorín, había un hermoso jardín donde cada planta representaba una emoción. Algunas plantas eran muy altas y alegres, como las girasoles que siempre abrazaban al sol. Otras eran más bajitas y delicadas, como las violetas que se escondían un poco a la sombra. Este jardín era cuidado por una niña de trece años llamada Valeria.

Un día, mientras regaba las plantas, Valeria se dio cuenta de que las flores estaban un poco marchitas. "¿Qué será lo que les pasa?" se preguntó. En ese momento, apareció un pequeño duende llamado Pipo, que siempre andaba con una sonrisa y un gorro de colores.

"Hola, Valeria. ¿Por qué esa cara de preocupación?" - dijo Pipo mientras saltaba sobre una piedra.

"Mis flores no están tan alegres como solían estar. Me preocupa que algo les pase" - respondió Valeria, mirando su jardín con tristeza.

"Tal vez necesiten un poco más de atención. Cada emoción necesita ser cuidada, así como tú cuidas a tus plantas" - sugirió Pipo, moviendo un dedo en señal de que tenía una buena idea.

Intrigada, Valeria lo siguió hasta un rincón del jardín donde había una planta que nunca había notado. Era una especie de arbusto con hojas de colores cambiantes.

"Este es el Arbusto de las Emociones" - explicó Pipo. "Cada vez que sientes algo, esta planta tiene un color que lo refleja. Cuando te sientes triste, se vuelve azul; cuando estás enojada, se torna rojo; y cuando estás feliz, brilla amarillo. ¿Hoy de qué color se ve?"

Valeria miró atentamente y vio que el arbusto estaba... ¡morado!"Eso es un color único. ¿Qué significa?" - preguntó Valeria con curiosidad.

"El color morado representa una mezcla de emociones. Quizás estás sintiendo ansiedad por algo, pero también un poco de alegría. ¿Qué tienes en mente?" - dijo Pipo.

"Me siento nerviosa porque tengo una exposición en la escuela y no sé si voy a poder hablar frente a mis compañeros" - confesó Valeria, mientras jugaba con las hojas de las plantas.

Pipo la miró atento y con seriedad.

"Mira, Valeria, todos sentimos nervios a veces. Pero lo que importa es cómo afrontamos esos sentimientos. ¿Te gustaría probar algo?" - le propuso el duende.

"Claro"  - respondió Valeria, dispuesta a practicar.

"Primero, tómate un par de minutos para respirar. Inhala por la nariz y exhala por la boca. Con cada exhalación, imagina que esas emociones difíciles se van, como el viento que se lleva las hojas secas" - explicó Pipo.

Valeria siguió las instrucciones y, poco a poco, se sintió más tranquila.

"Ahora, piensa en algo que te haga feliz. Puede ser tu mascota, un amigo o tus flores. Relaciona esa felicidad con la exposición. Imagínate que hablas como lo haces con tus amigos, ¡divirtiéndote!" - sugirió el duende.

Valeria asintió y se proyectó en su mente al frente de la clase, contando una historia divertida y emocionante sobre sus flores. Cuando terminó de imaginarlo, el arbusto cambió a un brillante amarillo.

"¡Lo hiciste! Ahora, cada vez que sientas esos nervios, recuérdale a tu mente lo divertido que será" - lo celebró Pipo, dándole una palmadita en la espalda.

Valeria sonrió, sintiéndose más segura.

El gran día llegó. Frente a su clase, al ver a sus compañeros, recordó el brillo amarillo del arbusto. Se enfocó en compartir su amor por el jardín, en lugar de preocuparse por sí misma. Las nervios se convirtieron en emoción y la clase la aplaudió al finalizar.

Cuando regresó a casa, corrió a ver el Arbusto de las Emociones.

"Hiciste un gran trabajo, Valeria. Recuerda: tus emociones son como un jardín que necesita cuidado. Cada una tiene su momento y todas son importantes" - afirmó Pipo sabiendo que había cumplido su misión.

Esa noche, Valeria tuvo un nuevo propósito: cuidar no sólo sus plantas, sino también sus emociones, entendiendo que cada día sería una nueva flor en su jardín de la vida.

FIN.

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