El Jardín de las Emociones



Era una mañana soleada en la escuela primaria "El Arco Iris". Los niños estaban emocionados por el nuevo proyecto del año: crear un jardín en el patio escolar. La profesora Ana, una maestra muy cariñosa, les había contado que en el jardín iban a plantar flores que representaban diferentes emociones.

"Hoy vamos a aprender sobre cómo nos sentimos y cómo podemos cuidar nuestras emociones, igual que cuidamos las plantas", dijo la profesora Ana sonriendo.

Los niños, entusiasmados, comenzaron a dibujar las flores. Mateo, un niño un poco reservado, decidió que quería plantar una flor de color azul, que representaba la tristeza.

"¿Por qué elegiste esa emoción, Mateo?", le preguntó su amiga Clara, que había dibujado una flor de color amarillo.

"Porque a veces me siento triste y no sé cómo decirlo", respondió Mateo, mirando al suelo.

Clara aceptó con amabilidad y le dijo:

"No te preocupes, somos amigos y siempre estamos los unos para los otros. Tal vez podríamos hablar sobre eso."

A medida que pasaban los días, los niños comenzaron a compartir sus emociones. Cada semana sembraban una nueva flor en el jardín. Florencia, una niña muy risueña, eligió una rosa roja para representar la alegría.

"Cuando juego con ustedes, me siento feliz como una rosa", explicó Florencia mientras regaba su planta.

Un día, mientras regaban las flores, Mateo se sintió un poco extraño. Tenía ganas de llorar, pero no quería que sus amigos lo viesen.

"¿Por qué no te ríes hoy, Mateo?", preguntó su amigo Lucas, que había elegido una flor de color verde para representar la tranquilidad.

"Estoy bien, solo un poco cansado", contestó Mateo, pero sus amigos sabían que algo no estaba bien.

Clara, preocupada, decidió hacer algo especial.

"Chicos, ¿y si hacemos una reunión para hablar de nuestros sentimientos? Podríamos llamarla 'El Club de las Emociones'."

Todos estuvieron de acuerdo y se reunieron bajo un árbol en el patio, donde más tarde plantarían una nueva flor que representara la amistad. Durante el club, cada uno habló abiertamente sobre cómo se sentía.

"A veces me siento triste, pero hablo con mi mamá y ella me ayuda", confesó Mateo, sintiéndose un poco más aliviado.

"Yo escribo en un diario cuando me siento enojado", dijo Lucas.

"Y yo dibujo porque me gusta ver mis emociones en colores", añadió Florencia.

Cada uno compartió maneras diferentes de lidiar con sus sentimientos. El ambiente se volvió cálido y lleno de confianza.

Con el tiempo, el jardín de las emociones comenzó a crecer y florecer, justo como los corazones de los niños. Un día, Ana, la profesora, se dio cuenta de que el jardín no solo tenía flores hermosas, sino que también había creado un espacio donde todos los niños podían hablar de lo que sentían sin miedo.

"Estoy muy orgullosa de ustedes, chicos. Este jardín no solo es un lugar de plantas, sino también un refugio de emociones", dijo la profesora Ana, mirando a sus estudiantes.

Mateo sonrió, sintiendo que ya no estaba solo en sus emociones.

"Gracias, amigos, por ayudarme a sentir que puedo hablar con ustedes. Lo prometo, seré más abierto sobre lo que siento".

En ese mismo momento, Mateo decidió que también quería plantar otra flor, una de color naranja, que representaría la esperanza.

"¡Vamos a plantar una flor de esperanza! Porque siempre hay algo bueno en cada día", exclamó con alegría.

Y así, el jardín de las emociones se convirtió en un símbolo de amistad, confianza y apoyo. Los niños aprendieron que cuidar de sus emociones era igual de importante que cuidar de sus plantas. Juntos, cultivaron un espacio donde cada uno podía florecer y ser feliz, aprendiendo a transformar sus sentimientos en algo hermoso.

A medida que el año escolar avanzaba, los niños nunca olvidaron la importancia de hablar sobre sus emociones. Cada vez que se sentían tristes, alegres o enojados, sabían que podían compartirlo con sus amigos y cuidarse mutuamente, como en el hermoso jardín que habían creado juntos.

Y así, en la escuela "El Arco Iris", el jardín de las emociones se convirtió en el lugar más especial de todos, donde las flores nunca dejaban de florecer, al igual que las sonrisas de los niños.

FIN.

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